• Lista de Pistas:
• Whitest boy alive/ Dreams
• Primal Scream/ Beautiful future
• Morphine
• Radiohead/ Rainbow
• Portishead/ Third y Live In NY
• Nine inch nails/ Slip
• Mogwai
• Viva las vegas
• Apex twin
• Kasabian/Kasabian
Haciendo música.
La luz lánguida de las farolas nocturnas, esas que se quedaron en los viejos barrios a los que Marian y yo pertenecemos; iluminaban la ráfaga de gotas desprendidas del cielo. Corrimos a la entrada del condominio donde se hallaba su apartamento, refugiándonos del agua y de los residuos del caos todavía instalado en los oídos. No era la primera vez que asistía al lugar, aunque si, la primera que iba sólo con ella. Su silencio a la entrada me hizo presentir lo mojado de mis ropas, incluso de las de ella. Jamás me había fijado en Marian como alguien más allá de una amiga, y tal vez era por los efectos del “arrebato” intoxicando mi torrente sanguíneo que en ese momento descubrí algo que me fascinó. El sonido de su respiración combinado con el insistente chapaleo de las gotas sobre el duro asfalto, me dejaron imaginar la tibieza que su cuerpo debía emanar aún debajo de la humedad de sus prendas. Por instantes en que ella se hallaba con la mirada fija en las gotas salpicando, me detuve con paciencia a contemplar lo alineado de su nariz, decorando con esmero la distancia pertinente de sus ojos. Que pestañas más largas pensé al notarlas a contra luz y cuánta humedad avivaba sus carnosos labios. Quizá por la fijación de mi mirada o por el silencio aturdidor del momento fue que me descubrió en la sublime contemplación.
-¿Qué te pasa?
- Nada… ¿de qué? – pregunté luego de tragar un poco de aire.
-Pues qué me estás mirando – sus palabras aceleraron el ritmo de mi corazón. Evadiendo sus ojos que ahora se convertían en los del inquisidor más fiero, me dediqué a contemplar un par de “luciérnagas” que descubrí a lo lejos. Ella los había bautizado con ese nombre, pues según su saber, en la antigua modernidad existían ciertos seres, insectos para ser precisos, que se contenían luz natural en sus barrigas, emulando los A66-T que por noches saturaban los cielos nocturnos en batería.
Pensé que había llegado el momento de partir y que finalmente lo que antes había intuido se trataba de un mero alucín.
-Bueno, me voy – dije ya sin mirarla
-A dónde vas –
-A mi covacha, ¿a dónde más?
-Estás loco, te vas a empapar más – la evidencia de mi estado se hizo tan líquida que se escurrió mezclándose con el riachuelo al borde de la banqueta, o sería que, ella habría ignorado tal evidencia ¿con toda intención?
-Pero si empapado ya estoy
-Estás loco, vamos a pasar – por primera vez en mucho tiempo sentí aquella emoción de enfrentarme a lo conocido
***-¿Qué te pasa?
- Nada… ¿de qué? – pregunté luego de tragar un poco de aire.
-Pues qué me estás mirando – sus palabras aceleraron el ritmo de mi corazón. Evadiendo sus ojos que ahora se convertían en los del inquisidor más fiero, me dediqué a contemplar un par de “luciérnagas” que descubrí a lo lejos. Ella los había bautizado con ese nombre, pues según su saber, en la antigua modernidad existían ciertos seres, insectos para ser precisos, que se contenían luz natural en sus barrigas, emulando los A66-T que por noches saturaban los cielos nocturnos en batería.
Pensé que había llegado el momento de partir y que finalmente lo que antes había intuido se trataba de un mero alucín.
-Bueno, me voy – dije ya sin mirarla
-A dónde vas –
-A mi covacha, ¿a dónde más?
-Estás loco, te vas a empapar más – la evidencia de mi estado se hizo tan líquida que se escurrió mezclándose con el riachuelo al borde de la banqueta, o sería que, ella habría ignorado tal evidencia ¿con toda intención?
-Pero si empapado ya estoy
-Estás loco, vamos a pasar – por primera vez en mucho tiempo sentí aquella emoción de enfrentarme a lo conocido
-¿Te gustó? – dijo mientras entrábamos al apartamento, dejando la tarjeta de acceso sobre otra más sobre la base del ventanal que comunicaba el pasillo de entrada con la cocina.
-Creo que no pudo haber sido mejor
-¿Escuchaste el riff que te decía?
-Si wey estuvo poca madre, fue cuando se elevaron
-¡No mames!¡No mames! Fue la agonía
-Igual, creí que el coeur se me estancaba
-Pon el disco mientras me cambio
Habituado a la organización del lugar, me dediqué a buscar en el alto disquero empotrado en la pared, el último de los SixSix, la banda de la que minutos antes habíamos degustado con el resto de los “Salitres”.
El bajo agravado retumbó las bocinas al primer compás. Aquello era como aspirar un kilo de “arrebato” de una sola parada. Los minutos se hicieron largos y Marian no regresaba. Decidí entonces buscar algo de cerveza colada en el pequeño frigobar de la cocina. La “Cervada” era la maravilla de aquel reducido frigobar, pues Marian gustosa de tal elixir, invariablemente tenía alguna lata en casa. Saqué un par adelantándome a destapar la de ella. Entonces apareció justo detrás de mi, como si todo el tiempo hubiera estado en aquel sitio esperando a que se la entregara o mejor aún, observando atenta cada uno de mis movimientos. Miré su cabello recién recogido en una coleta y la gama de colores vivos en mechones revueltos entre la densa cabellera. Aunque no era la primera vez que sentía la ansiedad de tocarlos, el deseo transmutaba en necesidad. Le ofrecí la Cervada que tomó gustosa, agradeciendo con una sonrisa. Sin decir nada se encaminó hasta lo que simulaba ser una pequeña sala, donde sólo un par de sillones de bola de colores chillantes la llenaban. La raída alfombra debajo de estos, algunas veces fungió de camastro para cuantos nos quedásemos en aquel sitio. No obstante sabía que en esta ocasión no sería así, en cuanto terminara con mi lata de Cervada tendría que largarme hasta un sitio más seguro: mi covacha.
Marian llevó consigo una playera morada con un estampado de The Strokes al frente, misma que tomé en cuanto me la cedió. Me deshice de mis prendas mojadas, exceptuando el pantalón para luego aceptar su invitación a sentarme, como si fuera un recién conocido con el que tenía que llevar a cabo las atenciones propias de un anfitrión. Inconscientemente nos sentamos mirando hacia la ventana que daba justo a una farola en la calle. Las gotas semejaban una batalla de insectos algo similar a los que aparecen en el 3X Bugs, del Z-Box y quise decírselo, no obstante, como si mi lengua se independizara, dije otra cosa.
-Se ve que no va a parar
-¿Tienes algo que hacer?
-Pues no mucho
-Entonces para qué quieres que pare – no supe que responder. Su cercanía, tan habitual, espinaba el espacio casi efímero y volátil que presentí demasiado próximo. Era quizá por los residuos de “arrebato” que todavía navegaban en mi cuerpo que casi pude escuchar su respiración; detrás del riff estrambótico que los Six en ese momento entonaban. No así, el silencio se instaló entre su hombro, la voz de Zambrano y mi hombro, ufanamente, descarado, sin avisar siquiera que ahí se quedaría un largo rato hasta que por fin ella lo pulverizó con lo melodioso de su voz.
- ¿Ya te has hecho música? – no quise siquiera voltear a ver sus negros ojos.
***-Creo que no pudo haber sido mejor
-¿Escuchaste el riff que te decía?
-Si wey estuvo poca madre, fue cuando se elevaron
-¡No mames!¡No mames! Fue la agonía
-Igual, creí que el coeur se me estancaba
-Pon el disco mientras me cambio
Habituado a la organización del lugar, me dediqué a buscar en el alto disquero empotrado en la pared, el último de los SixSix, la banda de la que minutos antes habíamos degustado con el resto de los “Salitres”.
El bajo agravado retumbó las bocinas al primer compás. Aquello era como aspirar un kilo de “arrebato” de una sola parada. Los minutos se hicieron largos y Marian no regresaba. Decidí entonces buscar algo de cerveza colada en el pequeño frigobar de la cocina. La “Cervada” era la maravilla de aquel reducido frigobar, pues Marian gustosa de tal elixir, invariablemente tenía alguna lata en casa. Saqué un par adelantándome a destapar la de ella. Entonces apareció justo detrás de mi, como si todo el tiempo hubiera estado en aquel sitio esperando a que se la entregara o mejor aún, observando atenta cada uno de mis movimientos. Miré su cabello recién recogido en una coleta y la gama de colores vivos en mechones revueltos entre la densa cabellera. Aunque no era la primera vez que sentía la ansiedad de tocarlos, el deseo transmutaba en necesidad. Le ofrecí la Cervada que tomó gustosa, agradeciendo con una sonrisa. Sin decir nada se encaminó hasta lo que simulaba ser una pequeña sala, donde sólo un par de sillones de bola de colores chillantes la llenaban. La raída alfombra debajo de estos, algunas veces fungió de camastro para cuantos nos quedásemos en aquel sitio. No obstante sabía que en esta ocasión no sería así, en cuanto terminara con mi lata de Cervada tendría que largarme hasta un sitio más seguro: mi covacha.
Marian llevó consigo una playera morada con un estampado de The Strokes al frente, misma que tomé en cuanto me la cedió. Me deshice de mis prendas mojadas, exceptuando el pantalón para luego aceptar su invitación a sentarme, como si fuera un recién conocido con el que tenía que llevar a cabo las atenciones propias de un anfitrión. Inconscientemente nos sentamos mirando hacia la ventana que daba justo a una farola en la calle. Las gotas semejaban una batalla de insectos algo similar a los que aparecen en el 3X Bugs, del Z-Box y quise decírselo, no obstante, como si mi lengua se independizara, dije otra cosa.
-Se ve que no va a parar
-¿Tienes algo que hacer?
-Pues no mucho
-Entonces para qué quieres que pare – no supe que responder. Su cercanía, tan habitual, espinaba el espacio casi efímero y volátil que presentí demasiado próximo. Era quizá por los residuos de “arrebato” que todavía navegaban en mi cuerpo que casi pude escuchar su respiración; detrás del riff estrambótico que los Six en ese momento entonaban. No así, el silencio se instaló entre su hombro, la voz de Zambrano y mi hombro, ufanamente, descarado, sin avisar siquiera que ahí se quedaría un largo rato hasta que por fin ella lo pulverizó con lo melodioso de su voz.
- ¿Ya te has hecho música? – no quise siquiera voltear a ver sus negros ojos.
La ilegalidad hace del zumo la tentación del fruto. Transcurridos más de una treintena de minutos en aquel sitio, mis piernas comenzaron a querer estirarse. De atravesar la delgada línea que separa el amor amistoso del pasional, estaría condenado tal vez a perder la tranquilidad de sentarme en aquellos bajos sillones o tal vez terminaría cada noche sentado a su lado aún falto de conversación, carcomiendo lo que ahora nos unía, acumulando rutina, desgastando besos, deseos, caricias, gestos, todo aquello que por el momento conformaba nuestra relación, gozando de su hasta ahora oculto romanticismo.
-Se supone que es ilegal
-De cuando acá te interesa la legalidad
-Lo digo por ti
-No mames… - dijo riendo. De nuevo el silencio apareció cuando la voz de Alonso canturreaba "when I left from the opportunity to live in you?" y no hice más que beberme lo último de la Cervada – si la que pregunto fui yo- Terminó sin siquiera voltear a verme.
-¿Tu? – pregunté al fin. Quise convencerme de nuevo que el cúmulo de sensaciones enaltecidas eran producto de “arrebato” mismo que me impedía para con ella, pues su actitud en realidad era tan ordinaria como siempre; quizá era tal vez que la lluvia acrecentaba mi atención a ella.
-No te voy a responder hasta que me digas primero
-Pues no, ya te lo hubiera contado
-Eso si – la miré de reojo beber de su lata, presintiendo la frescura del líquido humedecer su lengua; tomándose su tiempo, tomándose al tiempo en la cervada gloria del momento.
-Si, una vez – confesó por fin. Los Bugs alocados que se proyectaban fuera de la ventana me interesaron más que la respuesta; miré los disparos que cada uno hacían y quise tener el joystick en la mano para atacarlos con el RZ62, quizá una bomba de fósforo los eliminaría más rápido o tal vez…
- Hagámonos música - Su voz, su tersa voz se derramó en mis oídos y su mirada en mis ojos. El espacio dilatado de nuestro silencio respaldó la propuesta. Una cuerda untada de cera resbaló en el erotismo tenso. Tan inflexible como la negación de aquel suceso. Me atolondré y ya no quise correr fuera, quise decirle un sí intenso, rellenar el espacio que dejaba mi silencio con besos y caricias a su rostro, pero me limité a mirar como se perdía hasta la habitación del fondo, seguramente para ir por el gel.
-Se supone que es ilegal
-De cuando acá te interesa la legalidad
-Lo digo por ti
-No mames… - dijo riendo. De nuevo el silencio apareció cuando la voz de Alonso canturreaba "when I left from the opportunity to live in you?" y no hice más que beberme lo último de la Cervada – si la que pregunto fui yo- Terminó sin siquiera voltear a verme.
-¿Tu? – pregunté al fin. Quise convencerme de nuevo que el cúmulo de sensaciones enaltecidas eran producto de “arrebato” mismo que me impedía para con ella, pues su actitud en realidad era tan ordinaria como siempre; quizá era tal vez que la lluvia acrecentaba mi atención a ella.
-No te voy a responder hasta que me digas primero
-Pues no, ya te lo hubiera contado
-Eso si – la miré de reojo beber de su lata, presintiendo la frescura del líquido humedecer su lengua; tomándose su tiempo, tomándose al tiempo en la cervada gloria del momento.
-Si, una vez – confesó por fin. Los Bugs alocados que se proyectaban fuera de la ventana me interesaron más que la respuesta; miré los disparos que cada uno hacían y quise tener el joystick en la mano para atacarlos con el RZ62, quizá una bomba de fósforo los eliminaría más rápido o tal vez…
- Hagámonos música - Su voz, su tersa voz se derramó en mis oídos y su mirada en mis ojos. El espacio dilatado de nuestro silencio respaldó la propuesta. Una cuerda untada de cera resbaló en el erotismo tenso. Tan inflexible como la negación de aquel suceso. Me atolondré y ya no quise correr fuera, quise decirle un sí intenso, rellenar el espacio que dejaba mi silencio con besos y caricias a su rostro, pero me limité a mirar como se perdía hasta la habitación del fondo, seguramente para ir por el gel.
***
Sixsix, ya no cupo más en la escena; aquello requería algo más que riffs armonizados con voces desgarradas, necesitábamos apaciguar la dolencia de tanta espera. Me levanté de un salto para ir de nuevo hasta el disquero en la pared. Mis ojos como moscas buscaron entre tanta letra algo más sublimado. Inesperadamente, apareció lo que para mi era el vuelco pertinente en la evolución de la música, lo que cambiaría para siempre el efecto y la razón de vivir y gozar los sonidos y armonías y que además había llegado hasta mi de forma imprevista. Entre los discos que mi abuelo alguna vez compraría en su adolescencia se había colado aquel disco mediante el cual, por cierto, Marian y yo enlazaríamos una amistad que ya comenzaba a dar atisbos de hermandad; y que yo rescataría de entre un tumulto de objetos abandonados de su vieja época.
Sin dudarlo lo tomé para descubrir de inmediato la inscripción sobre el papel acetato con que se lo entregué la vez que le hablé de dicha agrupación. El escrito me hizo sonreír para luego transformarse aquella sonrisa en exaltación cardiaca cuando Marian apareció de nuevo en la sala.
Apurado, saqué el minúsculo disco del estuche plástico para acomodarlo en el reproductor, mientras Marian se acomodaba en el mismo sillón que antes ocuparía.
Su cara revelaba cierta picardía que contemplé gustoso, tan similar a la de una pequeña niña conciente de la travesura próxima a cometer. La sonrisa que me regaló mientras zarandeaba el frasquito donde guardaba el gel, me provocó una inesperada erección. Mi indiscreta mirada contempló el fino borde de los verdosos calzones que se asomaron fuera del pantalón de velur que no alcazaba a cubrir la cadera. Hice un esfuerzo por recordar si ya antes había descubierto tal indiscreción de aquel pantalón al cual ya tenía el gusto de conocer. No di con recuerdo alguno donde la imagen se hiciera remotamente similar a la de ese momento. Giró justo cuando mi mirada (ya algo húmeda) se resbalaba por su dorso, trepando por la zona baja de su seno en forma de gota, hasta soportarme en el pezón que apenas si pude adivinar su ubicación.
Sus vivaces dedos detuvieron el frasco inclinado hacia la minúscula tapita que sostenía con los de la otra mano, mirando atenta el lento derrame del gel hasta esta última. Un par de gotas cayeron al fin en la tapa que me ofreció inmediatamente.
-Tu primero – atiné a decir antes de beber el último trago de mi cervada
-¿No quieres hacerlo?- preguntó con la mirada de hecha la de una niña reprimida y asustada, con la carnosidad de los labios bañados en su saliva que ya me sonaba a delicia.
-¿Por qué no habría de querer?
-No sé, igual y ni te paso- de nuevo el terco silencio y de nuevo ese atolladero en mi mente y en mi lengua, en el que las palabras se atascaban y ni para atrás ni para adelante.
-Dale pues
-Si no te paso mejor dime y lo guardo
-No, ya lo sacaste
-No voy a hacerlo nada más por no tirarlo – pensé que, de tirarlo, realmente sería un desperdicio, y es que ya no había forma de regresarlo al frasquito, ya no había forma de olvidarse del asunto, era tirarlo y ya, deshacerse de la idea, desecharla como un sucio desperdicio, olvidarse para siempre de aprovechar el momento y quizá olvidarme incluso de volver a sentirla tan cerca como la presentía en aquel instante.
No me di cuenta en qué momento había cruzado la línea, pero ya estaba del otro lado, ya no podía olvidarme del futuro, ni siquiera del pasado o de las posibilidades, nuestra amistosa hermandad se hallaba amenazada por el doble filo: el del desaire o del arrepentimiento. Mi padre alguna vez me dijo que valía más arrepentirse por lo que se hizo que por lo que se dejó de hacer, como nunca antes, pensé que lo mejor era hacer lo que mi padre decía.
Sin dudarlo lo tomé para descubrir de inmediato la inscripción sobre el papel acetato con que se lo entregué la vez que le hablé de dicha agrupación. El escrito me hizo sonreír para luego transformarse aquella sonrisa en exaltación cardiaca cuando Marian apareció de nuevo en la sala.
Apurado, saqué el minúsculo disco del estuche plástico para acomodarlo en el reproductor, mientras Marian se acomodaba en el mismo sillón que antes ocuparía.
Su cara revelaba cierta picardía que contemplé gustoso, tan similar a la de una pequeña niña conciente de la travesura próxima a cometer. La sonrisa que me regaló mientras zarandeaba el frasquito donde guardaba el gel, me provocó una inesperada erección. Mi indiscreta mirada contempló el fino borde de los verdosos calzones que se asomaron fuera del pantalón de velur que no alcazaba a cubrir la cadera. Hice un esfuerzo por recordar si ya antes había descubierto tal indiscreción de aquel pantalón al cual ya tenía el gusto de conocer. No di con recuerdo alguno donde la imagen se hiciera remotamente similar a la de ese momento. Giró justo cuando mi mirada (ya algo húmeda) se resbalaba por su dorso, trepando por la zona baja de su seno en forma de gota, hasta soportarme en el pezón que apenas si pude adivinar su ubicación.
Sus vivaces dedos detuvieron el frasco inclinado hacia la minúscula tapita que sostenía con los de la otra mano, mirando atenta el lento derrame del gel hasta esta última. Un par de gotas cayeron al fin en la tapa que me ofreció inmediatamente.
-Tu primero – atiné a decir antes de beber el último trago de mi cervada
-¿No quieres hacerlo?- preguntó con la mirada de hecha la de una niña reprimida y asustada, con la carnosidad de los labios bañados en su saliva que ya me sonaba a delicia.
-¿Por qué no habría de querer?
-No sé, igual y ni te paso- de nuevo el terco silencio y de nuevo ese atolladero en mi mente y en mi lengua, en el que las palabras se atascaban y ni para atrás ni para adelante.
-Dale pues
-Si no te paso mejor dime y lo guardo
-No, ya lo sacaste
-No voy a hacerlo nada más por no tirarlo – pensé que, de tirarlo, realmente sería un desperdicio, y es que ya no había forma de regresarlo al frasquito, ya no había forma de olvidarse del asunto, era tirarlo y ya, deshacerse de la idea, desecharla como un sucio desperdicio, olvidarse para siempre de aprovechar el momento y quizá olvidarme incluso de volver a sentirla tan cerca como la presentía en aquel instante.
No me di cuenta en qué momento había cruzado la línea, pero ya estaba del otro lado, ya no podía olvidarme del futuro, ni siquiera del pasado o de las posibilidades, nuestra amistosa hermandad se hallaba amenazada por el doble filo: el del desaire o del arrepentimiento. Mi padre alguna vez me dijo que valía más arrepentirse por lo que se hizo que por lo que se dejó de hacer, como nunca antes, pensé que lo mejor era hacer lo que mi padre decía.
***
Tomé la pequeña tapita volteándola dentro de mi boca, esperando la gota de gel caer sobre la punta de mi lengua. El gel cayó resbalando justo hasta su sitio, diluyéndose con lentitud, adormeciendo sutilmente la parte baja de mi lengua. Marian me regaló su triste sonrisa para luego besarme levemente en los labios; sentí a mis manos tomar vida propia yéndose justo a su cadera. Fue ella quien diluyó el beso para repetir el rito, sólo que esta vez sería ella quien probaría el gel.
Paciente cerró el frasquito con la misma tapita, levantándose luego para dejarlo en una mesita empotrada en la pared entre las fotos de los Salitres que tenía debajo de un Ganesh azulado iluminado por luces caleidoscópicas; abandonando el elixir en la ofrenda para la diosa que discreta nos miraba desde su altar. De regreso, sus labios se acomodaron entre los míos, retomando lo que antes había dejado atrás. El sabor de sus labios se confundía con el del gel que no terminaba de diluirse. Una de sus manos subió hasta mi cabello cuando soné en un Re grave, mi esófago había resonado en armonía entera; con la limpieza de las cuerdas hice al la bemol alterar el tono de su fa sostenido en el bajo delicado que sonó. Sus dedos agudizaron el tono que se hizo en canon entre su lira de cabello donde la armonía de fa hacía quinta con el eterno bemol de mi beat acompasado. Un Do acompañado de un bemol enloquecido de dulce gravedad extraviada en el vaivén roto por una nota discorde, que no desafinó, si no más bien entonó la caricia en la sien elevada por un piccicato, haciendo de un gemido la voz de un ángel que extraviado llamara en canto a sus cofrades. La limpidez de las armonías emanadas en la calidez de cada acorde, hizo un bajo trabar un ritmo cadencioso, persiguiendo las caderas que no paraban en su terco bamboleo y que mis manos convertidas en las teclas de un órgano melancólico, afinaron el principio agonizante de un nocturno; Chopin se retorcía en la tumba ante la delicia de aquella composición de cuerpos, de efímeros sonidos que en conjunto hacían una oda estrambóticamente deleitable.
Los decibeles se hicieron en gotas de sudor, en miles de gotas de sudor, interrumpidos por un sonoro scratch que apuntaló un nuevo crechendo de violines nostálgicos. Su entrepierna de violín untándose en el arco de mi virilidad erguida, temiblemente erguida y volcánicamente ardiente; talló la disonancia de una serie de bits alocados, en una húmeda psicodelia exponencial. Entonces pude percibir el aroma del sonido, de ácida dulzura, tan inaudito como el sentir de la suavidad de su piel rozando la mía. Los compases se hicieron eternamente sucesivos, deliciosamente acompasados, acelerando el tempo de vez en vez; jugueteando con la velocidad innata de la cadencia y la consonancia, transmutando de bajo a tensas cuerdas líricas y al aliento de un saxofón oportuno, donde la fricción de la alfombra de bits incitaba a hacer de la obra algo eterno no obstante, de momento, me hice en fa, sol, re, un re tan distendido que cayó en escala hasta su octava próxima donde luego de un canon, se acomodó el silencio.
Afuera hacía rato que los Bugs de lluvia se habían terminado. Marian tenía los ojos cerrados, tan cerrados que pude presentir el goce de su sueño, a poco estuve de acurrucarme a su lado y acariciarle la frente para descender luego hasta sus senos y rozarlos con paciencia, pero no lo hice, en cambio me quedé un largo rato contemplando su rostro, sin reparar que el reproductor láser no paraba de repetir la misma fracción de segundos una y otra vez de una pieza dañada del minidisc, en tanto, por la ventana la luz del alba comenzaba a colarse, sentí que era momento de irme.
Con sigilo y el desconcierto sobre los hombros me levanté. No quería irme, pero temía el despertar de Marian, no deseaba quedarme a ver lo que vendría entonces: la evasión de miradas, las frases embrutecidas, la ansiedad por sentirla de nuevo, la necesidad de repetirlo todo. Una vez que estuve vestido, me encaminé hacia la entrada, antes tuve que detener el atorón del reproductor, entonces el silencio dejó escuchar el mutismo de mis pasos que fue quebrantado por la voz de Marian justo cuando llegué a la puerta.
-Oye – me quedé paralizado en el sitio
-¿Qué pasó? – dije al cabo de unos segundos
-Junto a mi tarjeta, hay un duplicado… si quieres llevártelo – pensé que tal vez sería buena idea regresar con los viejos discos de Nine inch nails.
Paciente cerró el frasquito con la misma tapita, levantándose luego para dejarlo en una mesita empotrada en la pared entre las fotos de los Salitres que tenía debajo de un Ganesh azulado iluminado por luces caleidoscópicas; abandonando el elixir en la ofrenda para la diosa que discreta nos miraba desde su altar. De regreso, sus labios se acomodaron entre los míos, retomando lo que antes había dejado atrás. El sabor de sus labios se confundía con el del gel que no terminaba de diluirse. Una de sus manos subió hasta mi cabello cuando soné en un Re grave, mi esófago había resonado en armonía entera; con la limpieza de las cuerdas hice al la bemol alterar el tono de su fa sostenido en el bajo delicado que sonó. Sus dedos agudizaron el tono que se hizo en canon entre su lira de cabello donde la armonía de fa hacía quinta con el eterno bemol de mi beat acompasado. Un Do acompañado de un bemol enloquecido de dulce gravedad extraviada en el vaivén roto por una nota discorde, que no desafinó, si no más bien entonó la caricia en la sien elevada por un piccicato, haciendo de un gemido la voz de un ángel que extraviado llamara en canto a sus cofrades. La limpidez de las armonías emanadas en la calidez de cada acorde, hizo un bajo trabar un ritmo cadencioso, persiguiendo las caderas que no paraban en su terco bamboleo y que mis manos convertidas en las teclas de un órgano melancólico, afinaron el principio agonizante de un nocturno; Chopin se retorcía en la tumba ante la delicia de aquella composición de cuerpos, de efímeros sonidos que en conjunto hacían una oda estrambóticamente deleitable.
Los decibeles se hicieron en gotas de sudor, en miles de gotas de sudor, interrumpidos por un sonoro scratch que apuntaló un nuevo crechendo de violines nostálgicos. Su entrepierna de violín untándose en el arco de mi virilidad erguida, temiblemente erguida y volcánicamente ardiente; talló la disonancia de una serie de bits alocados, en una húmeda psicodelia exponencial. Entonces pude percibir el aroma del sonido, de ácida dulzura, tan inaudito como el sentir de la suavidad de su piel rozando la mía. Los compases se hicieron eternamente sucesivos, deliciosamente acompasados, acelerando el tempo de vez en vez; jugueteando con la velocidad innata de la cadencia y la consonancia, transmutando de bajo a tensas cuerdas líricas y al aliento de un saxofón oportuno, donde la fricción de la alfombra de bits incitaba a hacer de la obra algo eterno no obstante, de momento, me hice en fa, sol, re, un re tan distendido que cayó en escala hasta su octava próxima donde luego de un canon, se acomodó el silencio.
Afuera hacía rato que los Bugs de lluvia se habían terminado. Marian tenía los ojos cerrados, tan cerrados que pude presentir el goce de su sueño, a poco estuve de acurrucarme a su lado y acariciarle la frente para descender luego hasta sus senos y rozarlos con paciencia, pero no lo hice, en cambio me quedé un largo rato contemplando su rostro, sin reparar que el reproductor láser no paraba de repetir la misma fracción de segundos una y otra vez de una pieza dañada del minidisc, en tanto, por la ventana la luz del alba comenzaba a colarse, sentí que era momento de irme.
Con sigilo y el desconcierto sobre los hombros me levanté. No quería irme, pero temía el despertar de Marian, no deseaba quedarme a ver lo que vendría entonces: la evasión de miradas, las frases embrutecidas, la ansiedad por sentirla de nuevo, la necesidad de repetirlo todo. Una vez que estuve vestido, me encaminé hacia la entrada, antes tuve que detener el atorón del reproductor, entonces el silencio dejó escuchar el mutismo de mis pasos que fue quebrantado por la voz de Marian justo cuando llegué a la puerta.
-Oye – me quedé paralizado en el sitio
-¿Qué pasó? – dije al cabo de unos segundos
-Junto a mi tarjeta, hay un duplicado… si quieres llevártelo – pensé que tal vez sería buena idea regresar con los viejos discos de Nine inch nails.
interesante propuesta y muy loko el cuento!!
ResponderEliminarque rica masturbación mientras tu relato
ResponderEliminarDe verdad es un placer saber que el texto cumpliera su objetivo, sus comentarios son un incentivo para continuar.
ResponderEliminarNo se pierdan la siguiente entrega.