28 noviembre 2009

Muerte aparte

Luego de una larga ausencia, estoy de nuevo con ustedes en una entrega más del podcast de la frecuencia, espero queden complacidos y si no, pues ojalá me lo hagan saber. Bienvenidos sean una vez más.

Muerte aparte
La muerte del espíritu II




Rolando buscó con la mirada, el sitio más cercano a ella. Desde la entrada pudo adivinar en donde se hallaba y casi intuir con quien. La miró de espaldas y no pudo creer que aún en aquellas condiciones luciera tan atractiva. Y es que en realidad nada había cambiado, incluso el tono de voz seguía siendo el mismo, daba la impresión que en realidad la muerte le divertía más que acongojarla. Caminó despacio y en silencio como solía hacerlo, con el aire de arrogancia que lo caracterizaba, jaló una silla colocándola cerca de ella. Michelle volteó sorprendida abrazándolo al instante, besándole con premura la mejilla para después quedarse por algunos minutos dentro del abrazo.
Las caras largas del resto se deshicieron y todos se movieron, era como si les hubiera llegado algún respiro, como si sólo de esa forma pudieran escapar de la chiflada conversación de Michelle.

Entonces pudo sentir la fragancia, impregnada en el cuello llenarle enteramente los pulmones, casi al hastío convertido en placer. Le miró el mentón perfectamente delineado y quiso probarlo, rozarlo ya no con la mejilla si no más bien con los labios, probar de qué estaba hecho y a lo que sabía. Fuera se escucharon Las Golondrinas, en un canto lastimero casi perteneciente a otra dimensión y que sin embargo le llenaron los oídos, como una canción de amor ejecutada justo para el encuentro. Le acarició el cabello sintiendo todavía la humedad del baño. Cómo le fascinaba mirarlo así, con ese frescor purificante, pero sobre todo palparlo, pues sólo así lograba complacer a la de pronto exasperante ansiedad. Acomodó la frente sobre el hombro olfateándolo una vez más, degustando la piel protegida por la camisa que se miraba más negra ante lo límpido de la luz de halógeno instalada en el techo. Casi pudieron escuchar las respiraciones de cada uno y ella contar discretamente el retumbar del corazón acelerado oculto en el endurecido pecho hasta que por fin Miranda los separó con sólo una frase.

-Rolando ¿cómo estás?

***

Se había levantado por un vaso con café por lo que a su regreso, fisgoneó entre el respaldo y el asiento, el discreto asomo de las bragas de Michelle, gozando la visión, completando el círculo morboso que había iniciado al acercar su silla a ella. Se sentó mirándolos a todos, en silencio, contemplando el dolor ensombrecido por la vitalidad que ni en aquel sitio lograba menguarse en Michelle. Le revisó las piernas mientras simulaba soplar al calor del café casi helado en el vaso, descubriéndolas fuertes aunque cortas, pero que se le antojaron para rozarlas, cuando menos palparlas por sobre la tela mezclilla del pantalón y con ello avanzar sin mediación hasta el borde del pantalón y entonces, tirar de él y bajarlo con sutileza hasta la mitad, dejándolo en las rodillas; ahí adivinar la figura debajo de los calzones ceñidos, tanto que parecieran ser parte de la carne tan próxima y tan lejana. Así, juguetear con la punta del dedo índice, en el vientre plano, llegar al ombligo, hundirse en él en tanto la miraba directamente a los ojos.
La atención de una mirada a su lado, le hizo retirar la suya de las piernas de Michelle, para luego tocarle el hombro desnudo una vez que ella guardaría silencio.
-¿Cómo estuvo?- preguntó sin siquiera voltear a ver los ojos de Miranda que no se apartaban ni un instante de su rostro.
-Pues… - respondió Michelle parando unos segundos que sonaron eternos – empezó a decir cosas raras, que ya no quería estar aquí, que no le gustaba vivir así y no sé que más… -Michelle enmudeció y su mirada se quedó perdida en la mesa en la que cada uno jugueteaba con algún objeto diferente.
-¿Pero ya te había dicho algo antes?
-Algo ¿como qué?
- No sé, acerca de matarse o alguna cosa así
-No, nunca me dijo nada por eso me sacó de onda – Rolando miró la lengua de Michelle asomarse por entre los dientes, acariciando con la punta el labio inferior que presintió hinchado. Pensar en la tibieza de su baba hizo a su pene llenarse de sangre. A discreción colocó ambas manos, ocultando la evidencia de su anhelo. Michelle se perdió en los recuerdos dejando la mirada fija en los muslos de Rolando descubriendo las manos sobrepuestas en la entre pierna, ansiando descubrir lo que éste ocultaba, en tanto Rolando se perdió en los pequeños senos abultados y quiso amasarlos, lamerlos, llenarlos de caricias y mordiscos, exprimirles la leche aún no gestada.
-¿Y se aventó nomás así? – Michelle ya no respondió. Un sonoro lloriqueo llenó la sala que fungía de cafetería dentro del velatorio. Todos agacharon sus rostros mientras Rolando le daba consuelo abrazándola una vez más.
Si tan solo pudiera llevársela lejos de ahí, sacarla bajo alguna excusa, meterla en algún rincón dentro del lugar, borrar el recuerdo de Rodrigo que ya comenzaba a calarle.

***

Cada uno de los cabulas abandonó el lugar, a intervalos, dejando entre los últimos a Miranda, Sidar, Rolando y obviamente a Michelle quien ya se había repuesto de nuevo. Para Rolando la muerte de Rodrigo lo había tomado por sorpresa, pese a conocerlo jamás imaginó que éste en algún momento llevara a cabo su obsesiva fijación por la muerte, siempre imaginó que sería él el primero en morir. De pronto la muerte le iba entrando hondo, jugueteando con los dedos en su corazón, paseándole el alma.
Michelle se hizo en pie situando el centro de su cuerpo muy de cerca al rostro de Rolando quien había doblado el cuerpo en una postura de meditación. La cercanía le hizo mirar el abultado pubis que presintió jugosamente ardiente, pulcro, inmaculado, plagado de ese aroma que le golpeó de improviso. Ante tal cercanía, le fue difícil dibujar con exactitud el perfil contorneado del cuerpo femenino, no así, dilucidó la suavidad de aquella carne, una suavidad por demás prohibida aunque por lo mismo digna de ser probada. La mano de Michelle se posó en su cabeza cuando se ofreció acercarle un vaso más con café a lo que Rolando se negó. Entonces la miró perderse y llevarse con ella el aroma que lo embriagaba.
-No mames, como pudo matarse ese wey teniendo a esta vieja – dijo Sidar despabilando a Rolando de su ensimismamiento.
-Pues igual no podía
-Se me hace que es bien caliente
-See
-Pinche Rodrigo, la cagó
-La neta no sé porque chingados hizo esto, la neta
-Si yo tuviera una vieja así, ni madres que me mataba
-Nel, yo creo que yo tampoco
-Oye wey – dijo Sidar acercándose un tanto más a su compañero – no lo habrá matado esta vieja
-No mames, no digas pendejadas
-Tu que sabes – replicó Sidar alejándose de nuevo
-¿Para qué lo mataría?
-Pues igual está tan pinche loca que lo aventó sin querer
-Nel, no creo, estará muy pinche loca pero no creo que sea capaz de hacer eso
-Y ahora lo peor es que, ni tocarla – terminó Sidar acomodándose en su lugar
-Hey – fue lo único que pudo responder Rolando pues Michelle y Miranda se hallaban de regreso, con un refresco en mano.

***

Ni tocarla. Pensó Rolando con la proximidad del cuerpo de Michelle incitándolo, invitándolo al menos a mirarla cada vez que ésta sin mayor razón le tocaba la pierna o lo abrazaba en aparente busca de consuelo. La madre de Rodrigo apareció en el sitio, llamando discreta a Michelle quien por primera vez demostró cierta madurez. En la lejanía la mujer habló con la chica que de espaldas a ellos le dejaba mirarla completa.
Ni tocarla, volvió a pensar, ¿por qué carajos no podía hacerlo? Además parecía que a ella no le fuera indiferente, quizá era cuestión sólo de dejar pasar un tiempo y entonces él podría acercarse, buscarla, aunque, cómo hacer para evadir el fantasma de uno de sus más grandes camaradas. Fastidiado, colocó una de sus manos en el respaldo del asiento que era de Michelle, a la espera de que la mujer la dejara por fin regresar, en tanto Miranda y Sidar esperaban en silencio. Por fin la madre de Rodrigo se despidió de la chica saludando antes de salir, a Rolando quien le devolvió una mirada igual de triste que la de la señora. Michelle llegó acomodándose justo en el respaldo de la silla que antes usaría, embarrando el pubis en los dedos de Rolando quién de nuevo sufrió una erección.
-Que los pinches polis quiere que vaya mañana a declarar – ¿acaso no sentía? ¿Era posible que no pudiera al menos percibir el borde de los dedos rozarle la entre pierna? Se preguntaba Rolando mientras la miraba desde su asiento, hablar.
-Pues si quieres te acompaño – dijo Miranda. Tal vez si movía los dedos entonces se daría cuenta del roce que estaba gozando o mejor aún, quizá si volteaba la mano para palparla con las yemas, para presentir lo que con el anverso advertía: la dulce blandura de la carne. El centro de Michelle se pegó todavía más cuando ésta se estiró alcanzando de la mesa una servilleta que había estado amasando.
-Pues igual, la neta no quiero pedos pinche Rodrigo– respondió Michelle casi en lágrimas enderezando de nuevo su cuerpo y ejerciendo todavía más presión sobre la silla o más bien, sobre los dedos de Rolando quien discretamente buscó la mirada de Sidar encontrando en ella la complicidad de aquella evidencia. Por fin Rolando se animó a mover los dedos con sutileza sin notar reacción alguna.
Miranda se levantó de su sitio para abrazar a Michelle quien la recibió girando su cuerpo, alejándose apenas unos centímetros de la mano de Rolando para luego regresar a ella aunque esta vez con el acolchado par de nalgas.

***

Rolando sintió desfallecer. Michelle se hallaba de nuevo sentada junto a él y en su mano todavía podía sentir la blanda carne del trasero. Sidar propuso entonces salir a fumar respaldado por el resto quienes se hicieron en pie de inmediato. Sidar a la cabeza dirigía la pobre fila que habían formado, quedando al final Rolando quien ya no podía dejar de mirar el cuerpo de Michelle, olvidándose por completo del lugar en el que se hallaban. A poco de salir, la mano de Rolando rozó accidentalmente uno de los senos de la chica al pretender abrir la puerta, entonces Michelle reclamó.
-Órale wey – dijo en voz alta
-¿qué pedo?
-Hazte wey- respondió la chica sorprendiendo a Rolando ante el reclamo
-No mames ni que te quisiera manosear – dijo una vez que habían salido todos
-¿No? Hazte wey bien que se te antojan - repuso Michelle tomando sus senos de la parte baja para juntarlos y bailotearlos una vez abultados
-No mames
-A poco no se te antojan – replicó de nuevo Michelle
-Pinche Michelle estamos en el funeral de Rodrigo – intervino Miranda
-Y qué, no mames que se va a enojar, nomás le estoy diciendo que si a poco no se le antojan, a poco no se te antojan a ti – se refirió entonces a Sidar quien no puedo evitar mirarlos sin discreción, respondiendo sólo con una sonrisa nerviosa
-¿Quién trae tabacos? – preguntó al fin Miranda recibiendo una negativa por respuesta de parte de todos – pues vamos entonces por unos ¿no? – dijo dirigiéndose a Sidar que se hallaba cercano a ella. El par avanzó dejando a los otros en silencio hasta que por fin Rolando habló.
-Está cabrón ¿no?-
-La neta si, nunca pensé que lo fuera a hacer, igual estaba bien pinche loco, pero no me imaginé la neta que lo fuera a hacer – los ojos de la chica derramaron un par de lágrimas involuntarias resultando aquello en un sollozo incontrolable que hizo a Rolando abrazarla.
Sentir su piel, sentirla dentro de su abrazo, imaginarla desnuda ante tal derroche de vulnerabilidad lo excitó sin poder evitarlo aún más al percibir el fuerte abrazo que la chica le devolvía, sin dar siquiera alguna señal de querer soltarlo. Era el momento, quizá así podría comenzar algo, aún con la muerte de Rodrigo encima, aún con la pérdida de un espíritu al que tanto quería, aún cuando su cofrade hubiera muerto gracias a aquella chica, aún cuando él también podía morir por desamor o simplemente por remordimiento de sentirla con ese deseo desbordado e incontrolable. Ya nada importaba, como tampoco le había importado a Rodrigo abandonarlos sin previo aviso, igual que a Rodrigo le habría importado lo menos al largarse sin siquiera despedirse, sin siquiera devolverle un tantito de su veterana amistad; o concederle al menos la libertad de sentir lo que sentía en aquel abrazo con Michelle.
Titubeante, una de las manos descendió por el talle perfilado de la chica, acomodándose justo donde las nalgas iniciaban, amoldándose al bultillo que se levantaba alevosamente, dejando caer un par de dedos, los últimos de la mano, sobre el preciado trasero ajeno. Michelle no dio muestras de notar aquello, las lágrimas seguían derramándose sin control, por lo que con la otra mano Rolando le levantó el mentón para tener su cara por fin de frente, cerca, quizá demasiado cerca para los escasos fisgones circundantes. Entonces se fue acercando, buscando sus labios, buscando el aliento para aspirarlo, para calentar todavía más su cuerpo con su tibieza, depositando un dulce beso que Michelle de inmediato rechazó.
-¡No mames wey! – dijo por primera vez en un tono de voz tan bajo que Rolando no lo creyó a no ser por la distancia que Michelle puso de por medio al salirse del abrazo
-¿qué pedo?
-No mames wey, ¿todavía preguntas qué pedo? era casi tu carnal – dijo Michelle enjugándose las lágrimas. La mente de Rolando se quedó en blanco por unos instantes, aunque comprendía de lo que Michelle hablaba, no entendía su reacción no comprendía como era posible que entonces actuara de aquella forma.
-Tu ni lo querías – fue lo único que logró responder
-No sabes ni madres, no sabes absolutamente nada – terminó Michelle dando media vuelta introduciéndose una vez más en el velatorio.

Sidar y Miranda preguntaron de inmediato por Michelle una vez que se encontraron con Rolando quien se limitó a avisarles de su imprevisto regreso a la capilla de velación. En silencio el tercio se fumó un cigarro para luego ir en busca de Michelle.

Ahí estaba, de pie, brillando con su esplendor natural de entre todos los dolientes, reluciendo por la figura perfectamente delineada de su cuerpo, de espaldas a ellos, regalándoles una imagen casi angelical. El primero en acercarse esta vez fue Sidar quien sin más la abrazó desde atrás, haciendo con esto que ella se acomodara en su cuerpo, simulando un coito silencioso y clandestino, en un ademán por parte de ella por demás voluptuoso. Rolando se acercó temeroso al fin hasta la caja, mirando la muerte de Rodrigo, disculpando a su amigo, comprendiendo al fin la razón de su escape.


Pistas

Beirut / La llorona
On a bayoneta
My wife lost in the wild

El personal / Menjurje

LFC / El arte de la elegancia
Hoy y Nosotros egoístas

Whitest boy alive / all ear

Black Sabbat / Planet caravan

Barbara Hendricks / Sometimes I feel like a motherlees

Zero 7 / Simple things


Película recomendada:

Peicula: Lunacy
País: República Checa / Eslovaquia
Año: 2005
Director: Jan Svankmajer


El Trailer

21 noviembre 2009

Re-Subiendo

Bueno, les aviso que por lo pronto he re-subido el último de los relatos a otro servicio de podcast para que puedan escucharlo, ya luego les aviso si seguimos con este servicio o nos regresamos al anterior que iba bien.

Pasenla bien.

Podcast errante

Hola a todos quienes leen o escuchan este blog. Quiero comentarles que el servicio por medio del cual se hacía sonar la voz de la frecuencia, se encuentra en mudanza de servidores por lo que la reproducción de podcast se ha visto mermada. Así pues, les pido tantita paciencia mientras aquello se soluciona o nos cambiamos de alojamiento para el podcast.

Salut

30 julio 2009

Gallo rojo

Pues no cejaré en el intento. Aquí está un programa más para todos aquellos que gustan de visitar este blog. Aunque sé que me hace falta darle más agilidad al asunto, quiero pedirles, suplicarles, paciencia, a veces el oficio es un tanto lento, sobre todo cuando no se tiene mucho talento, jaja, eso ya se los dejo a ustedes decidirlo. Así que ahí les dejo este cuentesito para que le echen un vistazo o en su defecto descarguen el podcast, se preparen una deliciosa bebida, enciendan un cigarrito o mejor aún, enciendan la pasión con su pareja, o parejas según sea el caso ¡a disfrutar entonces!



Sé que era lo mejor. Tenía que irme Aleida, quizá fue el destino el que me susurró, que debía hacerlo.
El mundo sin libertad es como querer ver tus ojos con un velo de noche; sabiendo tal belleza pero sin la emancipación natural de poder admirarlos.
Mi techo de ocaso, cae sobre mi como hoja de otoño en Praga, flotando por el leve airecillo que impide la caída abrupta. Los habanos se me terminaron, así que tuve que sacar el que guardaste en la caja de madera antes de partir. Tendrás que pedirle a Fidel te de algunos para que los envíes.
Aún recuerdo el sabor de tus labios. Aún después de haber encendido el habano y escurrir de éste una larga cabellera azul; seguro tu cabello lucía igual de hermoso antes que lo cortaras. Me gustaba sentirlo a pesar de su reducido tamaño; hundir los dedos en él, era elevar la vista al cielo y darse cuenta lo minúsculos que somos.
Afuera suenan las cigarras como cantando, igual que aquella vez que me viste. Que te vi. Nunca, ni aunque me fusilaran con mil balas podría olvidar tu rostro, el mismo que me deslumbró e hizo te regalara los poemas de Guillén
Ya me acuerdo cuando te sonrojaste la noche que los leí. Ah como reías. Te mirabas divertida y feliz, como si supieras una buena noticia que no querías compartir y que incluso te pedí muchas veces me dijeras. Sólo decías: nada, es que me gustá que leas.
Vos fuiste la libertad esa noche. Y lo seguís siendo, aunque te halles a kilómetros de distancia, aunque un mar nos separe, seguís siendo mi libertad.
Recorrer la geografía de tu cuerpo, hizo tambalear mi voluntario exilio. Pero es que llevo algo adentro que levanta su bandera y hace mover mis pies, calzar las botas y entonar el grito libertario. Es por eso que me fui, más que huir de la libertad que proveerían tus brazos, partí en busca de ella... siempre en busca de ella.



La luna es casi idéntica de este lado, que allá. Se mira luminosa y grande, tan grande que parece que con solo alzar un brazo podés tocarla. Sabés, creo que eres como la luna, tan cercana pero distante; siempre apareciendo en la soledad de la noche, fugándote durante el día. Como lo hiciste la primera vez que nos encontramos a solas. Habías llegado semanas atrás del otro batallón.
Desde aquí puedo mirar un par de montes lejanos que me recuerdan tus senos en esa misma noche y en tantas otras. Perfección sublime, imposible desdeñar; que me hacían estremecer al contacto. Mirar el pezón erguido y sentirlo con la lengua. Recorrerlo como recorrería los montes a la luz de esta enorme luna. Con paciencia, deteniéndome de vez en vez para mirar lo majestuoso de la imagen. Aspirar el peculiar aroma que los hace únicos y benevolentes, eternos, excelsos.
Y tu piel erizándose al contacto con mi lengua. Tu piel valiente, piel mujer, eterna, de fortaleza envidiable, admirable, con ese perfume de dulce madre selva, virgen, donde nada ocurre, donde todo nace. La misma que llevan las madres de los grandes hombres, de tibieza pura insondable, de delicia inviolable.
Entre los escombros de mis recuerdos, levanto el tuyo, para colgarlo al hombro como estandarte en cada afrenta. Y es que también durante las batallas evoco el dolor de tus besos ahora lejanos y que en su momento atravesaban como balas el alma, lacerando la razón de exponerme a la muerte; mutando la disidencia en complacencia de estar vivo.
Ya lo había dicho Neruda y yo a ti: “Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy.
El río anuda al mar su lamento obstinado” ¿recodás? Ahh cómo olvidar el perfume de tu piel y la mirada cuando descendía de los hinchados montes, para avanzar con la lengua, hacia el sur.



Un gemido se te escapó cuando me hundí, cuando entré en la hoguera ardiente que guarda el deseo. Siempre me gustó entrar de la misma forma, con la lentitud de la noche, con la complicidad del silencio ruidoso de la naturaleza. ¡Que tibia estaba tu piel! mientras afuera la cigarras entonaban una oda a la que no le prestamos atención pero que supimos presente. El crujir de los maderos quemándose, encendiendo la flama de la fogata que desde afuera teñía de siluetas sudorosas la reducida choza que acogía nuestro deseo.
Mis manos se deslizaron por todo cuerpo, recorriendo cada centímetro de poros extasiados, abiertos, tan abiertos como tu boca al recibir mi beso, el que me devolviste mordisqueando el labio inferior. El dolor entonces fue efímero; no hubo ninguna afrenta entre nuestros cuerpos, más bien, los afanes gestaban esperanza, amor, deseo. Deseo humano y carnal; tumbados en el mismo sitio, en esa pueril y pobre condición de vulnerabilidad en la que nos hicimos encubridores de una verdad que todos sabían y que nadie se atrevía mencionar. Nadie ni el amigo ni el enemigo, sólo tu y yo, gozando del idílico romance con brisa de libertad. Las caderas iniciaron entonces un vaivén similar al de las olas lejanas. Cuanto amé aquel sonido, cuanto amé tu cuerpo en ese instante en el que sabía que después podría morir.
La muerte siempre me ha acompañado, incluso podría decirte que ha sido mi amante por años, quizá por ello no me ha llevado. Hemos logrado comprendernos y llegar a acuerdos. Aún me faltan cosas por hacer y lo sabe. Pero entonces si tenía miedo, antes de sentirte, me asustaba el simple hecho de no probarte, de no conocer el sabor y la tersura de tus labios; me aterraba la simple idea de morir sin haber hundido mi mano debajo de tu espalda, para elevarte hasta mi, para que no te salieras de mi alma y para yo no salirme de tus entrañas. Porque ya te habías convertido en un designio como todo lo demás que llena mi vida, porque ya me hallaba derrotado ante el amor de tu voz, y de tu mirada, de tu indiferencia y valentía, de lo aguerrido de tus pasos; los mismos que siempre supe me acompañarían hasta el fin. No por nada habías llegado en aquel momento, no antes ni después, si no en el punto exacto que te necesitaba, que necesitaba me resguardaras en la trinchera de tu abrazo, protegiéndome de la razón de hallarme solo en un mundo tan violento y tan inmenso; para que ese abrazo hiciera de la razón de estar vivo, algo más que sentir.



Tu tenías miedo y me lo dijiste con voz apagada, querías que te abrazaba y lo susurraste mientras clavabas los dedos en mis nalgas; aparentando desear meterme todo en ti. Anhelabas llevarme dentro según dijiste y luego entonces parirme en un mundo ajeno a la injusticia, donde nada nos faltaría ni a ti ni a mi ni a nadie, donde todos seríamos iguales, tan iguales como lo fuimos aquella noche.
Tu cuello sirvió de guarida a mis besos y deposité cuantos pude, dejándolos entre la clandestinidad de tu sabor y aroma; en tanto la mata de mi cabello sirvió de escondrijo a tus dedos, revolviendo el caos que ya de por sí llevaba con lo crecido. Exigiendo más caricias con mis labios, más leña a la hoguera de tu deseo; ansiabas como yo, explotar, llevar la guerrilla interna hasta el centro de la ciudad sublime interna, y ahí detonar miles de granadas explosivas de orgasmos y yo te asistiría, como tu comandante, como quien manda obedeciendo, al movimiento rítmico en tus caderas, en la pelvis ardiente que me apuraba a terminar con todo aquello y que sin embargo, decidí prolongar tanto cuanto pude.
Entonces me salí de ti y besé lo endurecido de tus piernas abiertas; paladeando el sabor del sudor en finas gotas adheridas a la piel que ya no estaba tibia, y que ahora ardía igual que los maderos afuera, donde el resto de los compañeros hacían guardia.
Subí por tu monte de venus, montado en un caballo de lujuria avasallante, ya no habría tregua, no daría el placer doloroso de esperar a tu cuerpo humedecido y de nuevo me monté en ti. Nuestros brazos se hicieron mil y las miradas se perdieron en el tumulto de sombras nos atacaban por todos lados.
Caminé y floté por sobre el campo abierto de tu vientre, bañado de luz, de las lenguas de fuego que desde fuera iluminaban. La saliva apenas sofocaba lo abrasivo de tu cuerpo.
Así, trepé directo hasta el pozo de tus palabras que bebí una a una, aún las no dichas, aquellas que estaban atoradas en tu garganta.
El batallón de nuestros cuerpos apuró la avanzada y tus dedos se hundieron más en mi carne y mis manos abarcaron toda la tuya, haciendo la guerra del amor orgásmico que al final nos hizo mantenernos adheridos, como si nuestro sudor en pegamento se transformara.
De nuevo las cigarras chirriaron –como lo siguen haciendo ahora- entonando el himno a la soledad nocturna en un punto perdido en el hemisferio sur del mundo.
Luego de eso, depositaste un beso en mis labios que yo guardé por siempre en la bolsa derecha de la camisa.



Todavía lo recuerdo Aleida, tan claro como si lo viviera de nuevo, tal vez la brisa que ahora baña mi rostros me ha empapado de nostalgia, evocando tu recuerdo; humedeciendo todo lo que tus manos tocaron...
Ha venido Mateo, no sé que horas serán que me ha dado aviso que saldremos para asaltar la hacienda borinquense.
No sé que habrá allá afuera, pero estoy seguro que siempre llevaré conmigo aquella primera noche que al tiempo se transformó en un rosario de placeres nocturnos infinitos.
Algo más, gracias por el habano y no olvides pedirle más a Fidel para que los envíes que aún nos queda mucho por recorrer.

Hasta la victoria siempre...
Ernesto.

02 julio 2009

La muerte del espíritu

Bueno, luego de un tiempo de ausencia, he aquí una nueva entrega de un relato en donde quizá el erotismo es lo más doloroso dentro de una relación. Ojalá que les guste, aquí abajito lo dejo escrito para quien prefiera ponerle su propio soundtrack...

La muerte del espíritu



El sonido de los pasos se confundía con los de su voz. Amaba tanto sentirla así, a lado suyo, caminar a su ritmo, igualarle el ritmo, buscar el ritmo de cada paso y no perderlo y sin embargo aceptar que ella ni siquiera lo notaba. Así era Michelle siempre con la atención dispuesta en otro sitio, tanto que había veces que sentía no ser algo primordial en la vida de ella. Y no es que no lo atendiera, era sólo que así era Michelle. El motor de uno de los veloces autos de la avenida lo regresó a la conversación de la que ya tenía rato de haberse perdido; una conversación en la que su participación se reducía a una breve afirmación aderezada con una sonrisa.
¿De dónde emanaba tanta vitalidad? ¿Sería consecuencia de hallarse próxima a abandonar la pubescencia? o tal vez por la simple conciencia de saberse mujer en absoluta libertad, pues en ella tal libertad era algo más que una virtud, simbolizando el estilo de vida al que pocos se atreven a acceder en tanto que su condición de mujer resultaba dicha al hallarse en aquel cuerpo, tan delicioso cuerpo. Cuanto deseaba el culo sureño levantado, era imposible que una sureña tuviera tremendo par de nalgas. ¡Que nalgas! Incitándolo tercamente a tomarlas con ambas manos, llenarse con aquel voluptuoso bulto imposible ignorar, aunque ella pareciera hacerlo.
¿Te gusta? Le habría dicho la primera vez que pudo contemplarla inmóvil, frente al enorme espejo del hotel donde los gemidos provenientes de las habitaciones contiguas habían servido para excitación de ella, porque le fascinaba, le extasiaba escuchar a otras mujeres en el goce pleno, tan ajeno y que al momento lo hacía suyo para ya no soltarlo; asiéndose de él, en un aferre casi obstinado; y es que parecía que sólo de esa manera podía alcanzar la sublimación orgásmica para luego la pregunta bañada con dulce ingenuidad ¿te gusta? y entonces levantar el trasero alevosamente para él, quien efusivo se desarmaría en una aprobación casi violenta, delirante, ¡cómo no le iba a gustar la fina línea oscurecida que se presentía profunda entre tales nalgas!, cómo no le iban a gustar las contorneadas caderas tan adolescentemente esculpidas. Y es que la apreciación no se circunscribía al centro del cuerpo, pues con su propio brillo relucían el erguido par de senos, de pertinente redondez para sus manos, justos para boca y labios; cuanto gozaría de ellos la primera vez que pudo mamarlos, hasta que ella lo arrancaría de la tozuda mamada para situarlo justo al centro, en su entrepierna, en esa zona cóncava levemente abrillantada por los jugos de la excitación. Vaya que había gozado aquella primera entrada, para al final esperar impacienta la ausente frase de: ¡eres grande! en el amplio sentido de las palabras, frase que nunca llegaría y que le faltó para confirmarse la estúpida creencia de que la virilidad se medía por el tamaño del miembro; que esperanza más estúpida, que necesidad tan estúpida, todo era estúpido, incluso las palabras de Michelle que ahora entraban completas en sus oídos.

***

El estridente grito de Michelle le hizo reír, reír quizá más de la cuenta cuando José volteó a verlos asustado. Las sonoras carcajadas parecieron llenar la avenida entera. Rodrigo estrelló la mano contra la de José quien aún alterado por tremendo alarido luego de salir de la farmacia, lo saludó. Mirar los labios de Michelle posarse instantáneos en la mejilla de José era un suicidio. El roce de su labial manchando con similar levedad a la humedad en aquella tarde de verano, le hervía la sangre y quizá más, lo enloquecía hasta el delirio inyectándole un deseo inminente de golpear a su inconsciente rival; un cofrade rival de los besos de Michelle. Pero tenía que controlarse, porque no tenía motivos para sentir aquello, porque también su rabia lo convertía en estúpido, en un estúpido perro que se olvida de la lealtad del amo.
-¿A donde vas wey?– preguntó Michelle reponiéndose de la risa contenida
-Vine a comprar…-
-¡Compraste condones! – gritó Michelle llamando la atención del tendero que detrás de ellos vendía algo de comida callejera.
-No son condones – apenas murmuro José sonriendo al tiempo en que miraba a Rodrigo, buscando en él la complicidad ante tal calumnia. Sin embargo Rodrigo lo miró con la sonrisa puesta en el rostro. Cuan dulce era la venganza siendo aliado de Michelle pues ella sabía hacerlo bien: exhibir lo inexhibible, romper con cinismo la frágil cuerda de la comodidad pero sobre todo, mirar como gozaba, aunque no lo hiciera maquiavélica, aunque en sus ojos se descubriera la ingenuidad e inocencia del hecho, el mero acto de disfrutar de la incomodidad del otro, justo ahí era donde Rodrigo conseguía acomodarse.
-¡A quien te vas a coger cabrón! – dijo Michelle de nuevo en un grito. El tendero pareció no escucharla, aunque aquello era imposible, Michelle sabía gritar, hacer notar su presencia sin la más mínima pretensión.
-No mames, estás bien pinche loca – terminó diciendo José con la vergüenza atorada en la voz, tiñéndole las mejillas y otro tanto las orejas. Rodrigo gozó de nuevo con la naciente carcajada de Michelle, contagiándose, alegrándose, viviéndola como le gustaba vivirla.

***

Ahí estaba de nuevo su perfume humedeciéndole la nariz. Esa fragancia que llenaba la ciudad entera con su imagen, en una co-relación inherente desde los primeros instantes de su encuentro y que se hizo inquebrantable desde que pisó por primera vez el sitio donde ella se alojaba: un reducido cuarto con las paredes revestidas ya de decenas de recortes sin estética alguna y que sin embargo lograban un delicioso colage de imágenes, de donde parecía provenir el alevosamente embriagador aroma tan suyo, tan característicamente suyo que al momento era ardua tarea discernir si era ella quien habría llenado la ciudad con su aroma o ésta la había contagiado a ella, qué mas daba.
Como odiaba aquel perfume dentro de la nariz picoteándole mientras la miraba ladrarle al perro que salió imprevisto del taller mecánico y que parecía tan asustado como lo estaba él ante el bullicio de la disputa sonora de ladridos; porque ella era la menos asustada, la que nunca le temía a nada, nunca temía al futuro, ni siquiera al presente, ni a la vida misma, no le temía absolutamente a nada. Luego vendría la carrera, por fin tomados de la mano, dando saltos, igual que duendes divertidos por sus fechorías y con ello vendrían las risas a carcajada suelta, con el goce de perder la respiración luego de haber dejado varios metros detrás al perro y un poco más allá a José, quien sensatamente escaparía de su lado pretextando otro rumbo. Porque Rodrigo lo sabía a la perfección, José llevaba la misma dirección que ellos, pero no era capaz de tolerar la incontrolable locura de Michelle que tanto le fascinaba. Como la detestó luego de que ella se soltara de su mano misma a la que él ansió adherirse para luego montarse de nuevo en ella, aunque horas antes hubiera estado entre sus piernas, la distancia de aquel momento era laxitud en el tiempo transformado en añoranza; quería poseerla entera, acabarle los besos, llenarse de la mirada del éxtasis, hartarse de los cristalinos ojos grisáceos que pocas veces se detenían a mirarlo.
-Mira ese chico tiene bonito culo, vamos a decírselo – anunció Michelle aún con la respiración cortada por la carrera y las carcajadas, escupiendo el somero acento sureño que tanto placer le daba y al que tanto repudiaba. ¿Por qué le llamaba culo al trasero? El trasero no era el culo, el culo era lo que apreciaba él de ella y ¿por qué le costaba tanto entender la pureza del lenguaje? Qué importaban las palabras, entendía la idea. Y sí, rabiaba al saberse tendido debajo de tan soberana ignorancia, tanta que pesaba en la conciencia; y ¿por qué al suyo nunca lo llamaba de esa manera?, su “culo” no era bonito, aunque se lo dijera, no era el mismo “culo” brotando de su boca, no era el mismo “bonito” que rozaba los labios, no era la misma frase aderezada con la mirada de picardía y deseo. Quizá ni siquiera deseo de mirarlo o palparlo, si no un simple y llano deseo de saberlo, de conocerlo de cerca pero sobre todo de anunciarlo; de descubrirse como exploradora de selvas urbanas en la que él no formaba parte del entorno si no adquiría el cargo de explorador de ella.

***

¿Por qué no se detenían a besarse? ¿sería que a Michelle no le gustaban las caricias y los besos? De ser así, entonces el candor y erotismo intrínsecos en su cuerpo eran vicios nocivos para un adicto inerme como Rodrigo quien tampoco era el único en notar lo bien torneado de su figura, de la cadencia al andar, de la ventajosa vehemencia que inconscientemente exhibía.
Aquella tarde en la que los cuates de la banda la descubrieron mientras cargaba las bolsas del pesado recaudo de una desconocida, al verla venir no hubo ninguno que no dijera que se la cogería hasta por las orejas, que la soportaría del talle o las caderas para penetrarla con fuerza; dilucidando el estado de pubescencia en el que se hallaba, entreteniéndose en adivinarlo por mero acto de intuición visual, porque el cuerpo de Michelle no tenía edad, se había estancado quien sabe en que faceta del crecimiento y que sin embargo tal desarrollo parecía consumado.
Los había escuchado a todos, por semanas enteras, desgarrándole la primicia de ya conocerla, de habérsela topado días antes justo a la entrada de la estación del metro y que gracias ella entablarían una primera conversación, donde la conoció casi por completo, donde supo a su parecer un poco más de la cuenta, pero que aquello sobrado era el principio de una escasez de información que le hizo ansiar de nuevo encontrarse, tropezarse en el mismo sitio y repetir a la eternidad esa mañana de camino a la universidad, resbalar una y otra vez en una espiral donde cada curva los llevara al inicio de un sin fin y que sin embargo esa historia que ya no se repitió (al menos no, de la misma forma) los llevaría al cabo de un tiempo que él sintió mas que eterno, a probarse, luego de fumar un porro que ella había conseguido horas antes, lo que intensificó en él, el goce ante el roce de aquellos carnosos labios en la resbalosa piel de su glande que apenas si duró, y que le faltó a la posteridad, porque siempre le faltaba más de ella, porque su eterna disposición nunca era suficiente, porque en ella siempre había amenidad y vida esa que tanto iba haciéndole falta.

***

Al fin alcanzaron al chico del “culo bonito” y fue ella quien sin miramientos lo llamó, con la cadencia de su voz, con la mirada puesta en la mirada del desconocido que ante la expectativa del llamado se detuvo a escucharla.
-Oye, ¿sabes que tienes un culo bonito? – le dijo sonriente, sin dudarlo, distanciada ya de Rodrigo quien agonizaba ante la frase y que la alucinaba tendida debajo del extraño, agarrándole el culo para no dejarlo escapar de la estocada, enterrándole las uñas, gozando de la virilidad y de su ausencia, tal como no lo hacía con él, pues seguramente ella era capaz de gozar más con otro que con él, porque en sus ojos se evidenciaba, en la misma frase se hallaba implicado el delirio por tenerlo entre las piernas y no serle infiel sólo disfrutar la vida y relajarse, relajar la vida.
El chico del “culo bonito” sonrió al tiempo que respondía.
-Tu también tienes un culo bonito…- ambos se sonrieron escaldando la herida abierta de Rodrigo quien dibujó la más estúpida de sus sonrisa, conteniendo el llanto o el amor o la ira o el goce de ver al sujeto perplejo buscando esa respuesta que acallara la desagradable voz de Michelle.
-Mira, él también tiene un culo bonito- replicó Michelle. Vaya que la odiaba. La sensación se agudizaba ante la frase que durante tanto había esperado escuchar y que sin embargo ahora formaba parte de una cadena de adulaciones en las que no se hallaba implicado por flujo natural, si no ya más bien por una llamativa emanación de compasión que el mismo Rodrigo había segregado en el sudor producto del calor de verano y del iracundo amor que sentía por ella.
El tipo siguió su camino sin prestarles más atención, semejando un perro asustado con la cola entre las patas perdiéndose en la calle más próxima, al igual que Rodrigo se perdía en su desconsuelo, huyendo de si, huyendo de aquel momento, huyendo de ella y su indiferencia, del silencio durante el cual seguramente fraguaba alguna nueva fechoría.
-Michelle – le habló en reacción ante la desquiciante insensibilidad de ella.
-Mmm – se limitó Michelle a responder
-…¿qué piensas?-
- En nada –
- Ah –Rodrigo esperó alguna muestra de interés ante su seriedad, esperó como siempre tenía que hacerlo pues Michelle parecía no enterarse de los destrozos que en el corazón de Rodrigo dejaba en cada visita, con el mismo desorden que imperaba en la pequeña habitación de ella, similar al alboroto de la ciudad, con igual caos legado en el alma.

***

-¿Por qué nunca te importa lo que me pasa? – dijo luego de caminar varios metros en silencio, durante los cuales ella apenas si rozaba su brazo en un ademán ficticio de pretender tomarlo.
-¡Ay cálmate!- respondió Michelle riendo resonante - Seguramente los cábulas ya han de estar bien pedos, Martín dijo que iba a llevar un porrín ¿a ti no te dijo? – terminó sin verlo siquiera.
-No, no me dijo…- Respondió Rodrigo aburrido – sabes, estoy cansado –
-Pues como no wey, si me estabas dando bien duro ¡cabrón! Ay que rica cogida nos aventamos – terminó casi en un grito. Cómo se había avivado su amor por ella, por la ciudad, por el caos, por su voz, por su perfume luego de la última frase; ¿cómo hacía Michelle para darle justo la dosis necesaria para revitalizarle? Para olvidar la indiferencia que minutos antes lo estaba matando, lo seguía matando.
-No, pero no cansado de eso-
-¡Ay no mames! – respondió Michelle de nuevo con un grito. Entonces Rodrigo pudo escuchar con claridad el rugir de los autos a gran velocidad sobre la avenida.
-Estoy cansando de amarte, de querer estar contigo, de querer que me hagas caso, de que me cuentes…-
-Ya bájale wey, ni es pa’ tanto, pareces niña, si a la que le baja es a mi- El alfiler del rencor navegaba a gran velocidad dentro de las venas, rumbo a su corazón enfermo de tanta contrariedad, de tanto amor odio inoculado a fuerza de horas compartidas sin compartir, en las que el dilema era la única opción para entenderla, aunque a Michelle no había que entenderla, sólo amarla ¿y cómo hacerlo? Como evitar desear un poco más de ella, como evitar ese deseo de pertenencia, el obstinado y casi obsoleto anhelo de ser parte de sus días, de sus horas, de sus momentos más lúcidos y silenciosos, del paroxismo hecho vida, de la locura pertinente para cada instante, porque la vida había que tomársela a la ligera y él la estaba llevando demasiado en serio.
Ya no cabía entonces la reflexión, que sonaba desencajada, avejentada ante la fugacidad del tiempo y la razón; ya no quedaba momento alguno para pensar, sólo dejarse llevar, huir sin miramientos, saltar como lo hacía hacia la avenida en el mismo instante en que un camión pasaba arrebatándole por siempre tanto flagelo de vida.



Pistas
Vicentico / si me dejan
Café tacvba / quiero ver
Devochtka / The Clockwise Witness
Mastuerzo / Veneno
Xiu Xiu - Women As Lovers
Adanowsky / yo soy


Fondos
Beirut / Venice
On a bayonet
Valet / fuck it
Streets
Kehaar
Tristeza/ Chiaroscuro

Recomendación fílmica:

Película: Mi idhalo privado
Director: Gus van Sant
Año: 1991
Origen: Gringa
Con actuaciones de River Phoenix y Keanu Reeves

19 mayo 2009

Buen viaje Benedetti

Como es sabido (pues supongo debe ser noticia mundial) el domingo ha fallecido el gran Benedetti, en homenaje a este gran hombre de letras; comparto algo de sus letras que al fin ya son legado de la humanidad.


Estados de ánimo

A veces me siento
como un águila en el aire.
-Pablo Milanés

Unas veces me siento
como pobre colina
y otras como montaña
de cumbres repetidas.

Unas veces me siento
como un acantilado
y en otras como un cielo
azul pero lejano.

A veces uno es
manantial entre rocas
y otras veces un árbol
con las últimas hojas.
Pero hoy me siento apenas
como laguna insomne
con un embarcadero
ya sin embarcaciones
una laguna verde
inmóvil y paciente
conforme con sus algas
sus musgos y sus peces,
sereno en mi confianza
confiando en que una tarde
te acerques y te mires,
te mires al mirarme.

18 abril 2009

Tres partes de nostalgia.

Esta segunda entrega, nos lleva hasta el reencuentro de un par de amantes quienes luego de no verse por un largo tiempo, se darán cuenta que su vida ha cambiado y cambiará para siempre.



El track list de este programa.

Fondos
  • Funki Puccin
  • Falling
  • Were is everybody / Nine inch nails
  • Open your arms / Editors
  • Ende Neu / Einstürzende neubauten
  • Fall / The Editors
  • California / Dead kennedys
  • Camera / Editors
  • Nine inch nails


Pistas
  • Mr. Sr destruct / Nine inch nails
  • Marbel House / The Knife
  • Instalation no. 1 / Einstürzende Neubauten
  • Here comes the summer / The Fiery Furnances
  • The wretched / Nine inch nails
  • Lights / The Editors
  • Like Pen / The Knife
  • Shivers / Nick cave
  • Nine inch nails
  • Where is there / Röyksopp


Tres partes de nostalgia.

Tomó mi dorso, con sutileza; acariciando levemente mis caderas, acribillándome con una mirada que me obligó a cerrar los ojos. Sentí la tersura de sus yemas recorrer la piel que se erizó al contacto. Dedos durazno, caricia de nube. Con paciencia fue arrancando el boxer. Sus dedos entonces se pasearon por mi endurecido vientre, me sentí al borde del orgasmo; con la punta de los pies en la orilla del rascacielos de mi líbido. Mordisqueé el labio inferior atrapando el gemido que a poco estuvo de escapar, secuestrándolo para torturarlo unos minutos más. Con los ojos cerrados imaginé la escena, no sabía que me provocaba más excitación, si sólo sentir o mirarlo todo, incluso a él, detrás de ella, besándole los hombros.

***
Habíamos llegado temprano al lugar que ya estaba lleno en su totalidad, dejando la barra sólo para nosotros y un par de trajeados que parecieron no percatarse de nuestra presencia. Lena, me había invitado junto con Martín a beber cerveza, hacía tanto que no nos veíamos que acepté la invitación. Nuestra historia tenía tonos amarillentos; en algún momento, un par de años atrás Lena y yo, habíamos vivido un tórrido romance en el que desbordamos el placer hasta el último día de su estadía en México. Luego, Martín se la llevó para regresar justo una semana antes de recibir aquella inesperada llamada telefónica. Ambos se habían ido a Estados Unidos gracias a que la institución para la que trabajan les había ofrecido un trabajo de investigación en el extranjero. Nos prometimos no olvidarnos y seguir en contacto, al cabo de unos meses todo pareció haber terminado definitivamente. Hasta ahora, que los miraba de nuevo, con un nuevo rostro, con una nueva vida por delante.

***
Tomó mi sexo con su delicada mano izquierda y justo cuando ella abría la boca, yo hacía lo mismo con mis ojos. No podía dar crédito a aquello. Desde siempre, su boca era capaz de provocarme una erección con el simple hecho de entreabrirla y dejar que los dientes frontales se asomaran por debajo del labio superior. Cavidad lasciva, donde todo mi deseo nadaba en la saliva. Miré como mi sexo se hundía en sus fauces, me estremecí. Martín pasó su lengua por sobre uno de sus hombros que apenas iba desnudando. En cuestión de segundos y sin mayor recato, logró sacarle la blusa que abrió con pericia desde atrás, sin siquiera mirar la hilera de botones que la cerraban. Lena tuvo que hacer ambos brazos hacia atrás para dejarla salir por completo. El sujetador pronto fue relajado, para luego los tirantes descender por los mismos brazos. Volcanes inversos pendiendo del cuerpo, de donde quise beber toda la lava ardiente. Las manos de Martín rozaron los endurecidos pezones y una de ellas subió hasta el cuello, ella, respondió con un gemido ahogado justo cuando su lengua se asomaba para acariciar el cuerpo hinchado de mi sexo. El manantial de mi placer, estuvo a poco de brotar.

***
Martín y yo pedimos cerveza una vez que estuvimos en la barra, Lena pidió una naranjada, cosa que me sorprendió. Pocas veces me atreví a mirarlo a los ojos, la maldita culpa, a pesar de estar añejada aún me impedía mirarlo directo. Lena, me regaló de nuevo aquella mirada que me hizo recordarla debajo de mis sábanas tiempo atrás, llenándome de intriga, llenando mi boca de deseo por probarla nuevamente. No sabía a ciencia cierta si él ya estaba enterado de nuestro clandestino pasado, no obstante en aquel momento parecía no importar. Levantamos Martín y yo nuestras botellas y Lena hizo lo mismo con su vaso lleno de naranja; entonces brindamos por los viejos tiempos, por los momentos añejados, por el silencio que los hizo buscarme de nuevo.

Entre los dos se encargaron de ponerme al tanto de lo que había sido su vida lejos de su país, una vida envidiable que me obligó a beber con premura mi cerveza y pedir un par más antes de que concluyeran con su relato. Todo era distinto en su nueva vida y su relación iba en mejora, según me contaron. Mi deseo de estar de nuevo con Lena a solas, se evaporaba como el humo del cigarro de Martín quien a pesar de su promesa antes de irse, no había logrado dejar de fumar.

***
Los labios de Lena dejaron mi sexo cuando su cuerpo se irguió para permitir que Martín la acariciara con libertad. Echando su cabeza hacia atrás, parecía estar apoyada en el hombro de él quien aprovechando la postura le besaba la parte del cuello que el cabello dejaba libre. Tuve que enderezar mi cuerpo para alcanzar el de ella, mis manos se fueron directamente a sus caderas contorneándolas con delicadeza, mi lengua presta se fue directamente hasta el ombligo ahora desnudo. Hendidura de mi deseo eterno. Las manos de Martín abrieron paso para que mi lengua pudiera subir hasta los enardecidos senos que sentí un tanto más endurecidos que en otras ocasiones. La boca, de nuevo la boca de ella se hallaba entreabierta, disfrutando, gozando de cada caricia, del par de manos y lenguas que la adoraban como a una diosa. Aspiré el perfume de la piel que me supo ajena, aunque por ese instante tan mía. Discretas mis manos abrieron el pantalón ajustado de ella mientras Martín hacía lo mismo con el suyo. Una vez abierto, lo arrastré por las piernas que miré perfectamente contorneadas y con el tono de piel que la hacía única y que en cada encuentro siempre quise devorar. Vapor dérmico, inundando los pulmones. La prenda salió luego de que con urgencia, le saqué los zapatos y calcetines, siempre asistido por ella. De regreso mis manos se deslizaron por todo el perfil de su figura hasta que en un punto, justo en las caderas, rozaron con las de Martín. Me estremecí.

***
Sus planes a futuro me hicieron desear estar muerto y pensar que mi vida se reducía a un rutinario trabajo que al paso de los años me dejaría una tremenda barriga y una terrible adicción por el café. Seguramente de habernos fugado Lena y yo habríamos llegado lejos. Aunque no tanto como lo estaba haciendo con Martín. Entonces me sentí incómodo, la mirada complaciente y los espontáneos golpecitos en mi espalda por parte de Martín me hicieron odiarlo y quererle romper la cara en ese momento, o en otro de menos ebriedad; pero rompérsela con todo el odio en los puños, con todo el dolor en el pecho.

Lena pidió una naranjada más, que bebió en pequeños tragos como hizo con la primera. El lugar se llenó de Röyksopp. La música me hizo viajar años atrás en que le había ofrecido mi vida entera, en que le había dicho que sería todo de ella si así me lo pedía. El olor de un recuerdo casi olvidado me picoteó la nariz e hizo que la mirara de nuevo ahí, acostada frente a mi, riendo divertida mientras yo le bailaba esa misma pieza, saliendo del baño de aquella habitación de hotel con la toalla amarrada en la cintura, justo, como me había dicho que ella le había bailado la misma canción a Martín tres noches atrás.

Entonces Martín tuvo que ir al baño dejándonos solos, como antes, como siempre me había gustado estar con ella. El silencio se atravesó entre los dos por unos segundos que parecieron interminables y que por fin ella espabiló con su dulce voz.

-¿Aún me deseas?- dijo, no supe si se trataba de una pregunta o un sarcasmo.

***
Me quedé en cuclillas luego de haber chocado mis manos con las de él, ahí me instalé a besar sus alargadas piernas, y me faltó tiempo, me faltó una vida para poder probar cada poro. De momento, levanté la vista atisbando como en lo inmaculado de sus bragas se formaban arrugas cuando Martín comenzó a bajarlas con lentitud. Me excité aún más y tuve que ponerme en pie para sacarme la ropa por completo. A Martín aún le quedaba la playera por lo que luego de que yo me desnudé, él me imitó dejando a Lena para mi solo. Caudal de deseo prohibido flagelando el alma con miradas seductoras de sabor euforia. Lena me ofreció la espalda, que de inmediato detuve con mis manos, tomándola por ambos brazos, la tuve quieta para que mi lengua pudiera bajar hasta llegar a sus hinchadas nalgas. Montes delirantes de perverso placer implícito. Con ambas manos las acaricié, con la misma delicadeza con que acariciaría a un bebé. Mi lengua bajó entre ellas, probándola toda y regresando hasta la baja espalda. Por error alcancé a mirar el cuerpo desnudo de Martín. La simple imagen me excitó aún más. Lo miré acercarse, detenerse justo frente al cuerpo que tenía frente a mi, y desde ahí escuchar como sus lenguas se enredaban. Lacónica vida, consumada en un roce de labios. Entonces vi, como la iba penetrando.

Pude escuchar un que gemido escapaba del cuerpo de ella, la posición resultó incómoda por lo que ambos se encaminaron en reversa hasta quedar cercanos a la cama. Los seguí y los miré tenderse de costado, aún invitándome a disfrutar aquel goce. Me acomodé detrás de ella para continuar con mis caricias al costado de su cuerpo. Roce de dedos flama. Las manos de Martín chocaron las mías en diversas ocasiones, a las que esta vez, ya no les di importancia. Mi boca probó su espalda mientras podía escuchar como en cada penetración de él, le eran exprimidos gemidos placenteros que terminaron por contagiarme. Inspirado, tomé una de sus delicadas nalgas para abrirla con astucia y luego de acomodar mi sexo, la penetré.

***
Sonreí, no sabía a ciencia cierta si era un juego todo aquello y si la idílica historia de su nueva vida se trataba sólo de una treta para mirar mi cara de estúpido al ser relatada.

-¿Tu qué crees?- me limité a responder con la pobre soltura que mi embriaguez me permitió.

-¿Lo harías conmigo...-

-¡Claro que si!- dije casi en un grito que de no ser por lo estrambótico de la música se habría escuchado en todo el lugar.

-...y con Martín?- sudé.

Alguna vez, ella me había confesado que una de sus máximas fantasías era estar con dos hombres al mismo tiempo. No le creí. Siempre pensé que aquello era una fantasía que a ninguna mujer podía excitar, me resultaba demasiado perverso para ser creíble. Röyksopp taladró mis oídos mientras uno de los pies de Lena rozaba la parte trasera de mi pantorrilla. Creí desvanecerme en aquel instante, una imperiosa necesidad de poseerla me abordó y a poco estuve de besarla cuando Martín regresó.

La miré en cada oportunidad que él se distraía, sólo para comprobar si lo que me había dicho era cierto y si aún seguía en pie la propuesta. La simple idea de desnudarme frente a Martín me provocaba cierta inhibición que me hizo temer –en caso de aceptar la oferta- no poder responder a mi excitación.

Al final de la sexta cerveza fue Martín quien ofreció irnos al departamento que su hermano les había prestado para su corta estadía en la ciudad. La embriaguez me hizo aceptar sin siquiera pensar de nuevo en la proposición que ella me había hecho. Conduje guiado por la disimulada embriaguez de Martín que se acomodó en el lugar del copiloto una vez que acerqué el auto frente a la puerta del lugar. Miré a Lena por el retrovisor salpicada de las luces citadinas. Desee dejar el volante y sentarme con ella, acurrucarme en su cuello, aspirarla, olerla por el resto de mis días, acomodarme en su hombro y dormir así, eternamente, olvidarme de su nueva vida y de Martín, sentirme protegido por esa inquietante sensación maternal que ahora me inspiraba.

Sus ojos contemplaban el anochecido paisaje, embarrándolo de la tristeza que ahora le escurría como lágrimas. De momento, me miró seria y al cabo de unos segundos sus labios se hicieron una hamaca donde mecí mis sueños más melosos.

***
Gimió, gimió como nunca la había escuchado gemir, no supe si era dolor o placer, o placer-dolor, no supe si aquello la excitaba o la hacía sufrir, pero a mi, me tenía sumamente excitado, eufórico y creo que a Martín también. Giró su cabeza para buscar mis labios con los ojos cerrados, torcí mi cuerpo para alcanzarlos y probarlos, enredar las lenguas, Martín se entretuvo con los senos, plagándolos de caricias y besos, llenándolos de la perversidad de su amor, de un silencio que nunca supe a bien si era por placer o dolor. Entonces ella giró sacándome de su cuerpo y sin con urgencia se enderezó para montarse sobre el hombre de su vida quien ya se había acomodado boca arriba. Dobló su cuerpo por la mitad y supe que era una invitación más a disfrutarla. No me contuve y la besé, la besé todo cuanto pude, todo cuanto mi lengua logró probar. De nuevo entré en ella. Las manos se enredaron, los gemidos se hicieron uno, la nostalgia de los años pasados se revolvió haciendo un cóctel de recuerdos en él, en ella, en mi.

Miré el rostro de Martín desde mi perspectiva y quise arrancarle a aquella mujer para siempre, llevármela, huir... quedarme con ambos.

Los movimientos en la cadera de Lena me hicieron sucumbir en un placer casi enloquecedor, ya no sabía quien de los tres disfrutaba más de aquel deleite, no quería enterarme; cerré mi mente y disfruté, gocé como nunca antes lo había hecho, como si fuera la postergada despedida que nunca nos dimos. Entonces nos llenamos de placer. El cuerpo de Lena se convulsionó y una de sus manos tomó una de mis piernas arañándola por accidente mientras la otra hacía lo mismo en el rostro de Martín quien bufó como un toro en celo, como un desquiciado amante perverso, yo la llené de mi placer.

***
El lugar se iluminó justo cuando entramos, Martín me invitó del wiskey que su hermano escondía en una escueta cava. Acepté más por continuar con aquella embriaguez nostálgica que por el gusto a la bebida. Lena presumió de su sobriedad en más de una ocasión hasta que por fin Martín nos dejó de nuevo a solas para buscar entre el tumulto de discos apilados la misma canción de Royksopp que había sonado en el bar. En tanto, ella me tomó con ambas manos el rostro y regalándome una triste mirada habló.

-He venido a despedirme, de ti, de mi país, de mi vida... – la miré desconcertado y por un momento me asusté; preferí escuchar – estoy embarazada. Royksopp sonó y el corazón se me salió.

17 abril 2009

Haciendo Música

Iniciamos pues esta aventura bloggera con un texto cargado de música en su expresión literaria, anhelando que tal entrega sea de su agrado.

• Lista de Pistas:

• Whitest boy alive/ Dreams
• Primal Scream/ Beautiful future
• Morphine
• Radiohead/ Rainbow
• Portishead/ Third y Live In NY
• Nine inch nails/ Slip
• Mogwai
• Viva las vegas
• Apex twin
• Kasabian/Kasabian



Haciendo música.

La luz lánguida de las farolas nocturnas, esas que se quedaron en los viejos barrios a los que Marian y yo pertenecemos; iluminaban la ráfaga de gotas desprendidas del cielo. Corrimos a la entrada del condominio donde se hallaba su apartamento, refugiándonos del agua y de los residuos del caos todavía instalado en los oídos. No era la primera vez que asistía al lugar, aunque si, la primera que iba sólo con ella. Su silencio a la entrada me hizo presentir lo mojado de mis ropas, incluso de las de ella. Jamás me había fijado en Marian como alguien más allá de una amiga, y tal vez era por los efectos del “arrebato” intoxicando mi torrente sanguíneo que en ese momento descubrí algo que me fascinó. El sonido de su respiración combinado con el insistente chapaleo de las gotas sobre el duro asfalto, me dejaron imaginar la tibieza que su cuerpo debía emanar aún debajo de la humedad de sus prendas. Por instantes en que ella se hallaba con la mirada fija en las gotas salpicando, me detuve con paciencia a contemplar lo alineado de su nariz, decorando con esmero la distancia pertinente de sus ojos. Que pestañas más largas pensé al notarlas a contra luz y cuánta humedad avivaba sus carnosos labios. Quizá por la fijación de mi mirada o por el silencio aturdidor del momento fue que me descubrió en la sublime contemplación.

-¿Qué te pasa?
- Nada… ¿de qué? – pregunté luego de tragar un poco de aire.
-Pues qué me estás mirando – sus palabras aceleraron el ritmo de mi corazón. Evadiendo sus ojos que ahora se convertían en los del inquisidor más fiero, me dediqué a contemplar un par de “luciérnagas” que descubrí a lo lejos. Ella los había bautizado con ese nombre, pues según su saber, en la antigua modernidad existían ciertos seres, insectos para ser precisos, que se contenían luz natural en sus barrigas, emulando los A66-T que por noches saturaban los cielos nocturnos en batería.
Pensé que había llegado el momento de partir y que finalmente lo que antes había intuido se trataba de un mero alucín.
-Bueno, me voy – dije ya sin mirarla
-A dónde vas –
-A mi covacha, ¿a dónde más?
-Estás loco, te vas a empapar más – la evidencia de mi estado se hizo tan líquida que se escurrió mezclándose con el riachuelo al borde de la banqueta, o sería que, ella habría ignorado tal evidencia ¿con toda intención?
-Pero si empapado ya estoy
-Estás loco, vamos a pasar – por primera vez en mucho tiempo sentí aquella emoción de enfrentarme a lo conocido
***
-¿Te gustó? – dijo mientras entrábamos al apartamento, dejando la tarjeta de acceso sobre otra más sobre la base del ventanal que comunicaba el pasillo de entrada con la cocina.
-Creo que no pudo haber sido mejor
-¿Escuchaste el riff que te decía?
-Si wey estuvo poca madre, fue cuando se elevaron
-¡No mames!¡No mames! Fue la agonía
-Igual, creí que el coeur se me estancaba
-Pon el disco mientras me cambio

Habituado a la organización del lugar, me dediqué a buscar en el alto disquero empotrado en la pared, el último de los SixSix, la banda de la que minutos antes habíamos degustado con el resto de los “Salitres”.

El bajo agravado retumbó las bocinas al primer compás. Aquello era como aspirar un kilo de “arrebato” de una sola parada. Los minutos se hicieron largos y Marian no regresaba. Decidí entonces buscar algo de cerveza colada en el pequeño frigobar de la cocina. La “Cervada” era la maravilla de aquel reducido frigobar, pues Marian gustosa de tal elixir, invariablemente tenía alguna lata en casa. Saqué un par adelantándome a destapar la de ella. Entonces apareció justo detrás de mi, como si todo el tiempo hubiera estado en aquel sitio esperando a que se la entregara o mejor aún, observando atenta cada uno de mis movimientos. Miré su cabello recién recogido en una coleta y la gama de colores vivos en mechones revueltos entre la densa cabellera. Aunque no era la primera vez que sentía la ansiedad de tocarlos, el deseo transmutaba en necesidad. Le ofrecí la Cervada que tomó gustosa, agradeciendo con una sonrisa. Sin decir nada se encaminó hasta lo que simulaba ser una pequeña sala, donde sólo un par de sillones de bola de colores chillantes la llenaban. La raída alfombra debajo de estos, algunas veces fungió de camastro para cuantos nos quedásemos en aquel sitio. No obstante sabía que en esta ocasión no sería así, en cuanto terminara con mi lata de Cervada tendría que largarme hasta un sitio más seguro: mi covacha.

Marian llevó consigo una playera morada con un estampado de The Strokes al frente, misma que tomé en cuanto me la cedió. Me deshice de mis prendas mojadas, exceptuando el pantalón para luego aceptar su invitación a sentarme, como si fuera un recién conocido con el que tenía que llevar a cabo las atenciones propias de un anfitrión. Inconscientemente nos sentamos mirando hacia la ventana que daba justo a una farola en la calle. Las gotas semejaban una batalla de insectos algo similar a los que aparecen en el 3X Bugs, del Z-Box y quise decírselo, no obstante, como si mi lengua se independizara, dije otra cosa.
-Se ve que no va a parar
-¿Tienes algo que hacer?
-Pues no mucho
-Entonces para qué quieres que pare – no supe que responder. Su cercanía, tan habitual, espinaba el espacio casi efímero y volátil que presentí demasiado próximo. Era quizá por los residuos de “arrebato” que todavía navegaban en mi cuerpo que casi pude escuchar su respiración; detrás del riff estrambótico que los Six en ese momento entonaban. No así, el silencio se instaló entre su hombro, la voz de Zambrano y mi hombro, ufanamente, descarado, sin avisar siquiera que ahí se quedaría un largo rato hasta que por fin ella lo pulverizó con lo melodioso de su voz.

- ¿Ya te has hecho música? – no quise siquiera voltear a ver sus negros ojos.
***
La ilegalidad hace del zumo la tentación del fruto. Transcurridos más de una treintena de minutos en aquel sitio, mis piernas comenzaron a querer estirarse. De atravesar la delgada línea que separa el amor amistoso del pasional, estaría condenado tal vez a perder la tranquilidad de sentarme en aquellos bajos sillones o tal vez terminaría cada noche sentado a su lado aún falto de conversación, carcomiendo lo que ahora nos unía, acumulando rutina, desgastando besos, deseos, caricias, gestos, todo aquello que por el momento conformaba nuestra relación, gozando de su hasta ahora oculto romanticismo.
-Se supone que es ilegal
-De cuando acá te interesa la legalidad
-Lo digo por ti
-No mames… - dijo riendo. De nuevo el silencio apareció cuando la voz de Alonso canturreaba "when I left from the opportunity to live in you?" y no hice más que beberme lo último de la Cervada – si la que pregunto fui yo- Terminó sin siquiera voltear a verme.
-¿Tu? – pregunté al fin. Quise convencerme de nuevo que el cúmulo de sensaciones enaltecidas eran producto de “arrebato” mismo que me impedía para con ella, pues su actitud en realidad era tan ordinaria como siempre; quizá era tal vez que la lluvia acrecentaba mi atención a ella.
-No te voy a responder hasta que me digas primero
-Pues no, ya te lo hubiera contado
-Eso si – la miré de reojo beber de su lata, presintiendo la frescura del líquido humedecer su lengua; tomándose su tiempo, tomándose al tiempo en la cervada gloria del momento.
-Si, una vez – confesó por fin. Los Bugs alocados que se proyectaban fuera de la ventana me interesaron más que la respuesta; miré los disparos que cada uno hacían y quise tener el joystick en la mano para atacarlos con el RZ62, quizá una bomba de fósforo los eliminaría más rápido o tal vez…
- Hagámonos música - Su voz, su tersa voz se derramó en mis oídos y su mirada en mis ojos. El espacio dilatado de nuestro silencio respaldó la propuesta. Una cuerda untada de cera resbaló en el erotismo tenso. Tan inflexible como la negación de aquel suceso. Me atolondré y ya no quise correr fuera, quise decirle un sí intenso, rellenar el espacio que dejaba mi silencio con besos y caricias a su rostro, pero me limité a mirar como se perdía hasta la habitación del fondo, seguramente para ir por el gel.
***
Sixsix, ya no cupo más en la escena; aquello requería algo más que riffs armonizados con voces desgarradas, necesitábamos apaciguar la dolencia de tanta espera. Me levanté de un salto para ir de nuevo hasta el disquero en la pared. Mis ojos como moscas buscaron entre tanta letra algo más sublimado. Inesperadamente, apareció lo que para mi era el vuelco pertinente en la evolución de la música, lo que cambiaría para siempre el efecto y la razón de vivir y gozar los sonidos y armonías y que además había llegado hasta mi de forma imprevista. Entre los discos que mi abuelo alguna vez compraría en su adolescencia se había colado aquel disco mediante el cual, por cierto, Marian y yo enlazaríamos una amistad que ya comenzaba a dar atisbos de hermandad; y que yo rescataría de entre un tumulto de objetos abandonados de su vieja época.

Sin dudarlo lo tomé para descubrir de inmediato la inscripción sobre el papel acetato con que se lo entregué la vez que le hablé de dicha agrupación. El escrito me hizo sonreír para luego transformarse aquella sonrisa en exaltación cardiaca cuando Marian apareció de nuevo en la sala.

Apurado, saqué el minúsculo disco del estuche plástico para acomodarlo en el reproductor, mientras Marian se acomodaba en el mismo sillón que antes ocuparía.

Su cara revelaba cierta picardía que contemplé gustoso, tan similar a la de una pequeña niña conciente de la travesura próxima a cometer. La sonrisa que me regaló mientras zarandeaba el frasquito donde guardaba el gel, me provocó una inesperada erección. Mi indiscreta mirada contempló el fino borde de los verdosos calzones que se asomaron fuera del pantalón de velur que no alcazaba a cubrir la cadera. Hice un esfuerzo por recordar si ya antes había descubierto tal indiscreción de aquel pantalón al cual ya tenía el gusto de conocer. No di con recuerdo alguno donde la imagen se hiciera remotamente similar a la de ese momento. Giró justo cuando mi mirada (ya algo húmeda) se resbalaba por su dorso, trepando por la zona baja de su seno en forma de gota, hasta soportarme en el pezón que apenas si pude adivinar su ubicación.

Sus vivaces dedos detuvieron el frasco inclinado hacia la minúscula tapita que sostenía con los de la otra mano, mirando atenta el lento derrame del gel hasta esta última. Un par de gotas cayeron al fin en la tapa que me ofreció inmediatamente.

-Tu primero – atiné a decir antes de beber el último trago de mi cervada
-¿No quieres hacerlo?- preguntó con la mirada de hecha la de una niña reprimida y asustada, con la carnosidad de los labios bañados en su saliva que ya me sonaba a delicia.
-¿Por qué no habría de querer?
-No sé, igual y ni te paso- de nuevo el terco silencio y de nuevo ese atolladero en mi mente y en mi lengua, en el que las palabras se atascaban y ni para atrás ni para adelante.
-Dale pues
-Si no te paso mejor dime y lo guardo
-No, ya lo sacaste
-No voy a hacerlo nada más por no tirarlo – pensé que, de tirarlo, realmente sería un desperdicio, y es que ya no había forma de regresarlo al frasquito, ya no había forma de olvidarse del asunto, era tirarlo y ya, deshacerse de la idea, desecharla como un sucio desperdicio, olvidarse para siempre de aprovechar el momento y quizá olvidarme incluso de volver a sentirla tan cerca como la presentía en aquel instante.

No me di cuenta en qué momento había cruzado la línea, pero ya estaba del otro lado, ya no podía olvidarme del futuro, ni siquiera del pasado o de las posibilidades, nuestra amistosa hermandad se hallaba amenazada por el doble filo: el del desaire o del arrepentimiento. Mi padre alguna vez me dijo que valía más arrepentirse por lo que se hizo que por lo que se dejó de hacer, como nunca antes, pensé que lo mejor era hacer lo que mi padre decía.
***
Tomé la pequeña tapita volteándola dentro de mi boca, esperando la gota de gel caer sobre la punta de mi lengua. El gel cayó resbalando justo hasta su sitio, diluyéndose con lentitud, adormeciendo sutilmente la parte baja de mi lengua. Marian me regaló su triste sonrisa para luego besarme levemente en los labios; sentí a mis manos tomar vida propia yéndose justo a su cadera. Fue ella quien diluyó el beso para repetir el rito, sólo que esta vez sería ella quien probaría el gel.

Paciente cerró el frasquito con la misma tapita, levantándose luego para dejarlo en una mesita empotrada en la pared entre las fotos de los Salitres que tenía debajo de un Ganesh azulado iluminado por luces caleidoscópicas; abandonando el elixir en la ofrenda para la diosa que discreta nos miraba desde su altar. De regreso, sus labios se acomodaron entre los míos, retomando lo que antes había dejado atrás. El sabor de sus labios se confundía con el del gel que no terminaba de diluirse. Una de sus manos subió hasta mi cabello cuando soné en un Re grave, mi esófago había resonado en armonía entera; con la limpieza de las cuerdas hice al la bemol alterar el tono de su fa sostenido en el bajo delicado que sonó. Sus dedos agudizaron el tono que se hizo en canon entre su lira de cabello donde la armonía de fa hacía quinta con el eterno bemol de mi beat acompasado. Un Do acompañado de un bemol enloquecido de dulce gravedad extraviada en el vaivén roto por una nota discorde, que no desafinó, si no más bien entonó la caricia en la sien elevada por un piccicato, haciendo de un gemido la voz de un ángel que extraviado llamara en canto a sus cofrades. La limpidez de las armonías emanadas en la calidez de cada acorde, hizo un bajo trabar un ritmo cadencioso, persiguiendo las caderas que no paraban en su terco bamboleo y que mis manos convertidas en las teclas de un órgano melancólico, afinaron el principio agonizante de un nocturno; Chopin se retorcía en la tumba ante la delicia de aquella composición de cuerpos, de efímeros sonidos que en conjunto hacían una oda estrambóticamente deleitable.

Los decibeles se hicieron en gotas de sudor, en miles de gotas de sudor, interrumpidos por un sonoro scratch que apuntaló un nuevo crechendo de violines nostálgicos. Su entrepierna de violín untándose en el arco de mi virilidad erguida, temiblemente erguida y volcánicamente ardiente; talló la disonancia de una serie de bits alocados, en una húmeda psicodelia exponencial. Entonces pude percibir el aroma del sonido, de ácida dulzura, tan inaudito como el sentir de la suavidad de su piel rozando la mía. Los compases se hicieron eternamente sucesivos, deliciosamente acompasados, acelerando el tempo de vez en vez; jugueteando con la velocidad innata de la cadencia y la consonancia, transmutando de bajo a tensas cuerdas líricas y al aliento de un saxofón oportuno, donde la fricción de la alfombra de bits incitaba a hacer de la obra algo eterno no obstante, de momento, me hice en fa, sol, re, un re tan distendido que cayó en escala hasta su octava próxima donde luego de un canon, se acomodó el silencio.

Afuera hacía rato que los Bugs de lluvia se habían terminado. Marian tenía los ojos cerrados, tan cerrados que pude presentir el goce de su sueño, a poco estuve de acurrucarme a su lado y acariciarle la frente para descender luego hasta sus senos y rozarlos con paciencia, pero no lo hice, en cambio me quedé un largo rato contemplando su rostro, sin reparar que el reproductor láser no paraba de repetir la misma fracción de segundos una y otra vez de una pieza dañada del minidisc, en tanto, por la ventana la luz del alba comenzaba a colarse, sentí que era momento de irme.

Con sigilo y el desconcierto sobre los hombros me levanté. No quería irme, pero temía el despertar de Marian, no deseaba quedarme a ver lo que vendría entonces: la evasión de miradas, las frases embrutecidas, la ansiedad por sentirla de nuevo, la necesidad de repetirlo todo. Una vez que estuve vestido, me encaminé hacia la entrada, antes tuve que detener el atorón del reproductor, entonces el silencio dejó escuchar el mutismo de mis pasos que fue quebrantado por la voz de Marian justo cuando llegué a la puerta.
-Oye – me quedé paralizado en el sitio
-¿Qué pasó? – dije al cabo de unos segundos
-Junto a mi tarjeta, hay un duplicado… si quieres llevártelo – pensé que tal vez sería buena idea regresar con los viejos discos de Nine inch nails.

Bienvenida

Confrontar al erotismo, desnudarlo y darle algo más que un intenso placer de manera literaria y musical, y quizá por qué no, visual. Aquí no habrá bitácoras, ni experiencias personales, tampoco recetas sexuales, quizá tampoco encuentres desnudos explícitos o consejos sobre como asumir preferencias sexuales, este espacio no está dedicado a la sexualidad en su condicionamiento sanitario; este blog nace de la exploración a la zona erógena y sensual de la música y las letras, a esa otra parte que puede y es parte intrínseca para muchos del momento sexual. En este sitio rebasarás la entrega sexual meramente visual, pues si bien es cierto que el cerebro (y la imaginación) es el órgano más importante para el sexo, habrá entonces que desarrollarlo.

Así pues, ¡bienvenido seas!